En la frontera norte hay un amanecer apacible.

A veces vengo hasta la frontera norte de este país que ahora es mío. Un país de valles y montañas. Vengo a la frontera para no echarme a llorar desconsoladamente. Para los que nacimos en una isla las fronteras terrestres son lugares sagrados. En ellos nos encontramos con Dios y con los funcionarios de aduanas.
He mamado de una tradición donde se cree que los problemas que tocan a nuestra puerta, sean los que sean, tienen su génesis en el hecho de que nos hemos olvidado de Dios. Así que muchas de las canciones que aprendí y que canto en algún espacio abierto del norte de Aragón tienen que ver con palabras como; acuérdate concéntrate. Y es que cuando El está la niebla se disipa y puedo ver la parte francesa de las montañas.
La frontera me muestra otra verdad: estamos de paso por estas tierras, y mañana o dentro de muchas mañanas nos encontraremos del otro lado del velo sin haber podido llevar nada con nosotros. Ni aun pagando tasas y aranceles. Del otro lado, tendremos que decir qué hemos hecho con nuestra vida.
Yo no tengo muy claro lo que declararé. Pero una sola cosa sé,  no podré culpar a nadie de la vida que he llevado. He podido elegir. He podido votar. He podido seleccionar. He podido escoger. Y si muchas veces me he enredado en relaciones insensatas o en amores falibles y equívocos ha sido porque eché a Dios de mi lado. Era yo quien pretendía estar sentado en el trono de hierro. Sólo yo.
A veces vengo hasta la frontera norte. Aprovecho las primeras luces del alba y pienso en El. De veras que pienso en El. Así que si un día alguien me pregunta qué he hecho con mi vida podré decir: Una vez pensé en Dios. Una vez El estuvo conmigo mirando la salida del sol.
Y entonces, sólo entonces, podré tener memoria que en la frontera norte de mi país hubo un amanecer apacible.

Comentarios