Petit croissant.

Hay lugares a donde vuelvo con cierta frecuencia en Zaragoza. Y no se trata de abrevaderos ni de un espacio donde cometí un crimen. Son sitios a donde recurro para dar la bienvenida a una nueva amistad que entra en mi vida o   para despedir a otra que sale de ella. Son lugares donde puedo emocionarme y razonar. Lugares donde me doy permiso para que un nudo en la garganta me imposibilite hablar y entonces recurro a los abrazos o donde permito que algo salado y húmedo me recorra la mejilla y caiga al suelo. Son lugares donde nunca  admito que estoy llorando, sino que digo que algo se me ha metido en el ojo. Los hombres no lloramos. Me lo dijo mi padre a los cinco años.
Petit croissant es uno de esos lugares. Esta cerca de la Puerta del Carmen, en la calle Hernan Cortés. Es un espacio, pequeño, que no es cafetería ni panadería, pero a la vez puedes tomar un café y llevarte a casa un pan con cereales. Tiene cuatro mesas y puedes ver como sacan los panes del horno a través de un cristal. Siempre huele a pan recién horneado. Y ya sabes, el olor a pan recién horneado nos hace bajar las armas, despojarnos de la armadura y dejar el escudo en algún rincón. Sólo cuando estamos desnudos y sin nada a qué aferrarnos es que podemos mirar a los ojos de quien está sentado enfrente.
Sólo cuando nos miran a los ojos con misericordia, sólo cuando alguien contiene el aliento y nos pide compasión y trata de saber que hay dentro de nosotros sin exigirnos nada a cambio es que podemos decir: eres bienvenido y entonces le entregamos la llave de nuestro corazón.
Sólo cuando has vivido cada día como si fuera un regalo de Dios y sabes que las quejas y las lamentaciones no producen nada productivo en esta vida ni en la que está por venir es que puedes decir con los labios temblorosos y con mucha pena: Adiós. 
Petit croissant es un lugar donde he sido desobediente con mi padre.



Comentarios