Awaiting the wave.

La gente dice muchas cosas. Algunas me las trago como si fuera un pichón de sinsonte y otras dejo que se las lleve el río hasta el Mediterráneo. Dicen por ejemplo que no por mucho madrugar amanece más temprano. Dicen que cuando el río suena es que trae piedras. Dicen que tanto va al cántaro a la fuente que llegará un día que se rompe. Y dicen que temprano, cuando las primeras luces aun no calientan, llegan las mejores olas a la playa. Así que me levanto temprano y con un poco de Cola Cao entre pecho y espalda cruzo la arena y me meto en el mar con la tabla de surf. Y cargo con una tabla porque no puedo cargar con un amor que me haga navegar sobre las olas.
La gente dice muchas cosas; pero yo no les escucho. A veces tantas palabras cansan. Yo entro en las aguas y dejo que el frío me tome por asalto, que me despeje la niebla de los ojos. Camino sobre la arena del fondo porque no puedo caminar sobre el mar. Hace mucho que no puedo andar sobre las aguas. De hecho dejé de andar sobre las aguas el día que abandoné el oficio de ser discípulo. Cuando le dije al Instructor que no le seguiría mas. Que no quería ver más sus espaldas. Que de ahora en adelante iría solo. Así que aquí me tienes, enfrentado a las olas porque a veces necesito sentirme vivo aunque ello signifique que se me congele el alma. Y que los huesos se me entumezcan. Y guarde silencio. Y no te diga que te quiero un poco.
La gente dice muchas cosas; pero no les presto atención. Sería de locos. Me coloco sobre la tabla de frente al horizonte. Con la proa señalando hacia donde el Cantábrico aborda la tierra firme. Y espero. A veces son horas o días. A veces se me olvida comer. Es lo que tiene la espera. Es lo que tiene tener los ojos fijos en algún punto del mar donde el viento lame las aguas y las levanta, primero tímidamente, y después con osadía. Cuando el temor y el coraje se unen se levantan las olas. Y avanzan. Y lo llenan todo de espuma y de sal.
La gente dice muchas cosas; pero hacen pocas. La ola viene. Respiro hondo. Trago en seco. Me levanto sobre la tabla. Me flexiono. Estoy navegando. O mejor dicho, el mar me lleva. Con los dedos toco el agua salada. Y dejo que el viento me acaricie. Y me doy cuenta que hace mucho que nadie me acaricia. Y se acaba  la ola sobre la que cabalgo. Y me caigo. Y las aguas me sepultan. Y entonces me quedo quieto. Mirando como la ola se va hacia la orilla. Y no respiro. Y le digo adiós con la cabeza, porque con las manos me agarro a la tabla. Como los náufragos lo hacen a los recuerdos.
La gente dice muchas cosas de Dios, pero nunca le han visto. No saben como es. Prefieren hablar sobre él que relacionarse con él. Dicen, por ejemplo, que es cálido y brillante. Pero yo lo siento frió y oscuro. Como las aguas del fondo del mar. Dicen, por ejemplo, que es tierno y suave. Pero yo le espero cada mañana y llega como una ola. Dios y yo somos diferentes. Frente a él las olas pasan como el viento entre las rejas. Como las aguas entre las rocas. A mí, las olas me tumban, me hunden, me ahogan. Me llenan todo de sal. Me llenan todo de luz.
La gente dice muchas cosas. Pero yo sigo esperando la ola. Y digo la ola, porque no quiero que sepan que en realidad espero el amor sobre una tabla de surf con las piernas hundida en algún punto del Cantábrico.

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