Ayudáme a endurecerme.

Entro a la habitación donde está el banco de pesas BodyLab como quien está dispuesto a enfrentar los leones en el circo romano. Busco en el iPod a Swedish House Mafia me conecto los aurículares y me tumbo sobre el banco con la resignación de los corderos ante el altar de los sacrificios. Agarro con tesón la barra que soporta los veinte kilos de acero y comienzo a bajar sobre mi pecho el peso como si en ello me fuera la vida. Uno, dos, tres, cuatro, cinco....Y trato de respirar por la nariz. Y trato de expirar por la boca. Y entonces resuena en mis oidos Don´t you worry child. Y cierro los ojos para no ver el esfuerzo. Y le ordeno a mi cerebro que no le haga caso al dolor del codo, que siga bajando y subiendo la barra. Seis, siete, ocho, nueve, diez.....Y es que me he creido eso de que sin sufrimiento no hay gloria. Once, doce, trece, catorce y quince. Y es que no quiero ser un pastor barrigón.
La gloria en términos cristianos es una especie de felicidad y mucha gente lo asocia con el cielo. Y claro que me gusta estar feliz. Y ser considerado buena persona. Y ser estimado por mis superiores. Y tener éxito en mi profesión. Y ser amado. Si dijera lo contrario no sería sincero.
Así que parte de nuestra existencia, cuando no estamos dormidos, la dedicamos a buscar la gloria. A subir más alto en el marcador social, a ser más productivos, a tener más éxito, a buscar más palabras buenas sobre nosotros. Pero esta búsqueda cotidiana es la que nos hace entrar en territorios oscuros. En valles de sombras. Y es que en la competencia a que estoy sometido cada día me lleva al antagonismo, a la intensidad, a la violencia. Y la violencia es el camino más corto hacia la muerte. Así que hay instantes de mi vida que me veo batallando por una gloria perecedera, efímera, caduca, temporal, mortal. Como la cultura donde vivo.
El enfrentamiento tiene muchos sinónimos. También tiene muchos antónimos. Pero hay uno que me saca de la oscuridad y me coloca en una colina por encima de la niebla y es la palabra compasión. Necesito ser compasivo no sólo conmigo mismo sino con los que tengo cerca. Necesito mostrar más afecto, requiebro, y galanteria incluso con los que no son como yo. Con los que no piensan como yo. Con los que me ven desde la distancia como un enemigo.
Coloco la barra sobre su anclaje en el banco BodyLab y me seco el sudor de la frente. Me quito los aurículares. Cierro los ojos y musito una oración pequeña al Sr. Dios: Damé fuerzas para seguir. Ayúdame a endurecerme sin perder la ternura. Amén.

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