La apariencia de un pastor.

¿A qué debe parecerse un pastor? Hace días le pregunté esto a los dinosaurios. Y me miraron extrañados y guardaron silencio. Después de diez años de convivencia siguen siendo muy cautos a la hora de responder las preguntas que les hago los domingos en la mañana. A veces frente a un provocador es mejor asumir el silencio de los corderos, piensan ellos. A veces, pienso yo
Pero para la pregunta anterior no tengo una respuesta rotunda. Ni tan siquiera una. De hecho, con los años mis respuestas se han vuelto poco tajantes. Debo estar haciendóme mayor. Y es que he conocido pastores por todo el hemisferio occidental. Desde el Canadá hasta Chile. Algunos trabajaban como pastores a tiempo completo y otros a tiempo parcial. Algunos eran graduados de universidad y otros no. Algunos eran jóvenes y otros menos jóvenes. Unos servían en grandes rebaños y otros en pequeñas manadas. Unos estaban enamorados y otros tenían el corazón roto.
Pero una cosa sí podré hacer, y es aseverar ahora que los pastores que he conocido no tienen nada en común en su apariencia interna. Su apariencia visible es otra cosa: desde lejos parecen gente normal. Y es que no todos son del mismo sexo. Sus salarios no son equitativos. No viven en los mismos barrios geográfica. El origen social varía mucho. En definitivas, en el pasado tenía la certeza  de que los pastores no nacen siendo pastores. Hoy la sigo teniendo.En el futuro ya veré que tengo.
Pero esto no es todo. Hay más. Los pastores tienen algo en común. Sean gordos o flacos, pequeños o altos, flemáticos o coléricos, con el pelo lacio o con el pelo crespo, de derechas o de izquierdas, comparten algo: han decidido ir delante del rebaño. Y es que han de localizar delicados pastos y aguas de reposo.
¿Qué a qué debe parecerse un pastor? ¿Y tú me lo preguntas? Pastor eres tú.

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