No es tiempo de profetas.

Nínive nunca me ha gustado. Todos lo saben. Y no por nada en especial. No me ha hecho daño alguno. Simplemente que soy un nacionalista convencido. Me resultan indiferentes los que viven más allá de mis fronteras. Con tanta riqueza ostentada. Con tanta monarquía institucional. Con tanta seguridad en sí mismos. Con tanta estética de provincia. Con tanta historia sobre los hombros desde hace siglos. Allá ellos. No, definitivamente no, Nínive no es la ciudad a donde iría a buscar un amor de esos que son para toda la vida. Así que no me pude creer las palabras del Sr. Dios cuando en medio de la siesta me dijo: Levantáte y vé a Nínive. Y si no me creí lo primero cómo quieres que le dé credulidad a lo segundo: Predica contra ella. ¿Yo?¿A Nínive? ¿Acaso no se merecen los malos un castigo? Este Sr. Dios cada día es menos constante. Quizás se está haciendo mayor y no nos damos cuenta. ¡Mira que pedirle a los de Nínive que se arrepientan! El ya no es lo que era. Es capaz de ablandarse a la primera muestra de llanto y de cenizas. ¿Pero quién necesita un dios tan poco serio? Mejor me largo a Tarsis que en esta época del año tiene mejor clima. Y la mar estará en calma para hacer un viaje. Y podré dormir durante la travesía. Y nadie me molestará con amenazas de que la nave se va a partir por la tormenta. No Sr. Dios, no es tiempo de profetas. Déjame en paz.

Zaragoza, 2012

Comentarios