¿Qué será de mí si no me vuelvo a enamorar?


He estado pensando
en como responder a esta pregunta
y he aquí mis opciones.

Si no me vuelvo a enamorar,
puedo,
por ejemplo,
consagrarme a redactar una antología
sobre los beneficios de la soledad.
Pero claro
en ellos no habría pizca de poesía,
sería una recopilación hecha para anacoretas
esos que se alejan de la gente
y viven en el desierto
o en las cuevas
y que mueren solos
como vivieron.

Si no me vuelvo a enamorar,
puedo,
también, por supuesto,
escribir proyectos
bien argumentados,
creativos,
económicos,
donde se invite a las personas
a formar comunidades.
Pero de más está decir,
que en ellos no habría
ni una gota de poesía,
que serían diseños serios
para gentes ortodoxas y muy decentes
esos que dicen que en la liturgía
no hay espacio para las emociones.

Y si no me vuelvo a enamorar
puedo,
sin ninguna duda,
asumir un nuevo rol,
el de aceptar la idea de una vez por todas,
de que la profesión de iceberg
me vendría como anillo al dedo.
Me dedicaría a ir de aquí para allá
y de allá para acá
hundiendo barcos
asustando ballenas;
transportando pinguinos;
paro desgastándome,
deshaciendome,
desapareciendo poco a poco
como hace el Ebro
cuando entra al Mediterráneo.

Si,
si no me vuelvo a enamorar
acabaré por extinguirme
como hicieron los unicornios azules,
o como les pasó a los demonios de Tasmania,
o como le ocurrió a los habitantes de la Tierra Media,
que ahora solo existen
en canciones y en las sagas.
Y es que a ver si acabo de enterarme
sin la ayuda de ningún predicador
que sino me enamoro
no soy nada.
Nada.
Nad.
Na.
N.
.






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