Soy reformado.

Muchas veces me presento de una manera radical. Soy reformado, digo, si sé que las personas que tengo delante hay leído algo de historia a partir del s. XVI. Otras, hago una presentación  más sobria y confieso: pertenezco al cristianismo. Y entonces todos los presentes me mirán con simpatía o lástima.
Decir soy reformado es como hablar el chino cantonés en medio de un pueblo del valle de Hecho. Puede ser un problema. Nadie sabrá quien soy. Pues me estoy dando un título que sólo yo y mi comunidad podemos asumir. Que otros como yo podrán descifrar; pero que a la mayoría de la gente le es desconocida.
Casi, y fijáte que digo casi, todos los cristianos padecemos de esa obsesión clasificatoria: la de dividirnos en cristianos y no cristianos. O la de mencionar los apellidos como si en ello nos fuera la salvación. Yo soy católico romano, yo ortodoxo, yo evangélico, yo luteranos, yo metodistas, yo presbiterianos, yo reformados, yo pentecostales, etc, etc, etc.
Pero cuando compro un billete y viajo descubro que no es una obsesión nuestra solamente. Existen otras tragedias. La de los musulmanes y los no musulmanes. La de los judíos y los no judíos. La de los budistas y los no budistas. Y así podría estar hasta que salga el sol. Esta es nuestra desdicha.
Y es que cuando me ubico dentro de una confesión religiosa estoy diciendo lo que no soy, más que esclarecer mi fe. En vez de aclarar mi identidad y mi integridad como hijo de Dios insisto en diferenciarme de los demás hombres y mujeres con etiquetas que en el mundo que habitamos ya no sirven de nada.  Y es que el hambre, la soledad y la injusticia tocan a la puerta de todos sin respetar los credos.
Cuando me defino como reformado no estoy diciendo que yo sea el típico reformado. Nada de eso. Nada más lejos de la verdad. Libréme el Sr. Dios de pretender tal cosa.  Y es que hay ocasiones que a penas puedo representarme a mi mismo.
Muchas veces me presento de manera radical y digo soy reformado. Pero en realidad no quiero separarme de nadie. Sino todo lo contrario. Quiero compañía. Y lo único que intento aclarar es que estoy dispuesto a reformar mis creencias, a renovar mi teología, a colocar nuevas fotos del Sr.Dios en el albúm que atesoro desde mi infancia. Y es que hay fotos que con el tiempo se han tornado amarillas. Y el Sr. Dios está en ellas irreconocible. Como lejano. Como invisible.

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