¿El dolor es necesario?

Lo contrario al dolor es el placer. Pero en algunas tradiciones cristiana el placer se asocia con la desnudez, con la desobediencia, con el pecado, con la pérdida del paraíso. Y si alguien alberga alguna duda que le pregunte a  mamá Eva. Ella tiene todo un doctorado en este asunto.
Así que en el pasado, y en el hoy aun,  nos encontramos con personas que levantan altares al dolor. Que optan por los pasajes bíblicos donde los hombres y las mujeres sufren para proclamar homilias dominicales. Y que si alguna pintura da la bienvenida a sus capillas es la de las mortificaciones que nos esperan en los días posteriores al Apocalipsis. Y todo esto con una finalidad. Con la esperanza secreta, o pública, de poder estar más cerca del cielo. Y es que subsiste un modelo de  fe que proclama que el dolor es un camino al Sr. Dios.

Pero desde mi folclore tengo otra visión.  Me niego a creer en lo necesario del dolor. Creo, por ejemplo, que el dolor es inútil. Que no me hace mejor humano. Pero que a la vez  forma parte de la vida nuestra de cada día. Y que me acompaña desde el día que nací con las manos cerradas hasta el momento que dejé de respirar con las manos abiertas.
Hay cosas que no puedo cambiar en mi mundo. Otras si. El dolor es de los primeros. No lo puedo evitar. Por eso he decidido acogerlo. Como acogí a Basil I de un refugio para gatos. Y lo acojo con gratitud. Sin esperar grandes beneficios de mi acción. 
Lo contrario sería limitarme a sufrir. A estar quejándome por lo desgraciado que soy. A tomar aspirinas cada vez que el dolor toque a la puerta de casa. Pero no, no quiero vivir aletargado. No quiero amanecer esperando que algo doloroso me llame por mi nombre. No quiero pensar que todos los amigos son traidores porque uno me dejó solo en el pasado. Necesito vivir el aqui y el ahora como un regalo.
¿El dolor es necesario? Me temo que no. Pero el Sr. Dios ha puesto el placer tan cerca del dolor que muchas veces lloro de alegría.

Zaragoza, 2013

Comentarios