El duro oficio de ser Crusoe.

Me gusta IKEA. Me gustan los cambios. Pero reconozco que cambiar las cosas a veces se torna arduo. Es casi una odisea. Y si tienes dudas preguntáselo a los cristianos. La melancolía los paraliza. Y es que los cambios nos atemorizan. No por el cambio en sí mismo, sino por lo que ocurrirá después. Por las consecuencias. Por lo que pueda pasar. Por el ¿y si sale mal? Los cambios vienen acompañados de incertidumbres. Y la incertidumbre siempre está cerca de nosotros. Como si fuera un perro enamorado. A no ser que tengas una bola de cristal. La diferencia entre las personas que hacen cosas y las que nunca lo hacen , por temor, radica en la manera de enfrentar el porvenir.
Una vez al mes acudo a IKEA para convercerme de que las cosas se pueden cambiar. Y si no todo, al menos si la decoración de la capilla. Pero otras veces  acudo al gabinete de Robinson Crusoe.  Es mi coach. Es un especialista en cambios. En enfrentar los retos. En convertir una isla deshabitada en un vergel. Es mi símbolo favorito del puritanismo. Es el hombre que se hizo a sí mismo. Es la versión humana de los retos. De la perseverancia en las más díficiles condiciones. Y después de los ángeles, mantiene el mayor ranking de Guinness en apatía sexual. Es un crack en el autocontrol después de pasar veinte ocho años en una isla. No sé por qué no lo han beatificado.
Crusoe es un caballero. Nunca impone nada. Más bien hace sugerencia. Crusoe me invita a ver la vida desde otros lugares. Me dice que vea mi existencia desde el Moncayo. Me convida a que abandone mis fortalezas. Mis tradiciones. Mi identidad. Y esto me cuesta. Me cuesta mucho. Casi que me produce dolor. Y es que si renuncio a ciertas cosas que me dan seguridad me quedo desnudo. Como Tarzán en medio de la selva. Y no quiero estar desnudo delante de la gente. No quiero que me vean tal como soy. No quiero aparentar ser un salvaje. Las ropas dicen que soy un pastor ilustrado. Las tradiciones que soy un hombre civilizado. Y la identidad me sirve de ancla. Pero la realidad es que con un ancla tan pesada no puedo ir a ningún sitio.
Y por eso hay días que me encuentras recogiendo los restos de un naufrágio. Salvando lo que puedo.Y bautizándote con el nombre de Viernes.

Calahorra, 2012

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