La memoria del corazón.

Ya no nos quedan paraísos a que aferrarnos. Por eso hemos hecho de  la memoria el único paraíso del que no podrán expulsarnos. Y hemos erigido trincheras en ella. Y declaramos que el pasado fue bendecido. Pero los recuerdos que atesoramos del ayer, a veces, nos juega malas pasadas. Nos hacen trastadas. Por ejemplo, los tiempos en que erámos muchos en el rebaño y erámos fuertes, se niegan a emigrar de nuestros recuerdos. Y para evitar tales peligros los archivamos en edificios y bibliotecas. Recordamos esos días con orgullo y añoranza. Y hacemos de ellos nuestra identidad. Y entonces, porque la vida es dialéctica, llega el invierno al alma y los días oscuros retornan y la soledad de las capillas se hace palpable para que los recuerdos sean lo que son de una vez y para siempre: evocaciones. Y no se conviertan en los nuevos dioses. Si. El Sr. Dios es celoso. Por eso nos hace vivir el presente.
Todo parece indicar que no sólo los santos y las santas sufrieron la noche más oscura en el corazón. Si leemos las señales en el horizonte la iglesia cristiana con más años también la soporta. La experimenta en sus carnes. La hace visible. Y me inundo de preguntas. Yo. Yo que debería estar ofreciendo respuestas a diestras y siniestras. Levanto los ojos al cielo e interpelo. ¿No estará el Sr. Dios detrás de todo esto?¿Qué pensará el Sr. Dios de nuestras contínuas remembranzas de cuando erámos importantes, de cuando erámos trascendentes, cuando erámos famosos, de cuando erámos ricos, de cuando teníamos que poner sillas en los pasillos y en los rincones de las capillas para tantos asistentes?¿No tendrá el Sr. Dios memoria de eso? ¿O será que el Sr. Dios le falta corazón?
Pobre de mí. Soy un simpatizante de la memoria del corazón. Y a la vez persigo al Sr. Dios que es un oponente de volver la vista atrás.

Zaragoza, 2012

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