Una manada retrógada.

Hay pastores de ovejas que han equivocado su profesión. Se puede saber por el estado de algunos rebaños. Por la forma en que ponen su mano en la cabeza de algún cordero y le trasmiten su culpa. Su frustración. Su pesimismo. Pero también hay ovejas que han nacido en la especie equivocada. Y se aprecia por la lana que ofrecen. Por la manera de balar. Por el talante al saltar el vallado. Por el modo de tirar al monte que tienen. Hay otras ovejas que siguen contra todo pronóstico al pastor. Son manadas que se mueven con facilidad. Que encuentran buenos pastos y es que están abiertas a los cambios. Y que crecen.
Pero la vida en el rebaño no es de un constante crecimiento siempre. El crecimiento tenaz no es un concepto natural. Hay períodos de estancamiento. De paralización. De anquilosamiento. Llegan días en que las ovejas no quieren moverse. En que optan por mordisquear los arbustos ralos que han tenido siempre al alcance de sus bocas. En que no se salen del territorio que conocen bajo ninguna amenaza. Días en las que están dispuestas a morir de hambre, pero están donde se sienten seguras. Y es que en el horizonte hay nubes grises y olor a lobos. ¿Qué puede hacer entonces el pastor frente a un rebaño retrógrado? 
Poco. Muy poco. Por no decir que nada. Si el pastor no está descaminado en su profesión  y procura cambiar el mundo y ansía hacer de la manada un buen lugar para vivir; pero la manada no está de acuerdo, entonces es un desacierto inducir a cambios. 
La Asociación de Pastores de Ovejas Con Sentido Común (APOCSC) recomienda en su estatuto asociativo que en estas situaciones lo mejor es abandonar la manada. No se debe establecer una guerra con las ovejas que se atrincheran para conservar su status quo. Aconsejan buscarse otro rebaño.
Vendrán días en que lo cabal es prescindir de los grandes rebaños. De las manadas estancadas. Y cuando llegue ese día el pastor debe despedirse de ellas sin remordimiento; pero con sabiduría: Uds. no pueden avanzar a dónde yo preciso ir. No les he podido atraer hacia nuevas cañadas. Pero no me quedaré a verles languidecer. Así que permitanme decir adiós.

Alma, 1991






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