Somos animales que trasmitimos emociones, sentimientos y
esperanza. Me lo ha dicho en la cara Jesús Mosterín. Pero no tengo tiempo para
enojarme y atrincherarme en mi humanidad cristiana y occidental. El filósofo se
explica. Me dice que la palabra castellana animal proviene del latín anima, o sea alma. Y para que me relaje me
habla como si tuviera todo el tiempo del
mundo entre las manos y me argumenta que los que no tienen alma son los no
animales, o sea, los desalmados. Y que yo soy un animal superior. Alguien que
puede dejar un legado espiritual a otros. Nada de parentesco con un algarrobo
ni con una piedra caliza. También me confirma algunas sospechas que ya tenía, que nosotros necesitamos
la reproducción sexual, aunque esta nos sea más costosa y profusa. Pero yo no me
quedo más tranquilo. Eso de que puedo trasmitir algo de mí, de que puedo dejar
una huella en este mundo me quita el sueño. Y es que no quiero ser un alma sin cuerpo.
¿Qué es trasmitir la
fe? Me pregunto mientras bajo Monrepós en autobús y el atardecer acorrala a los
Pirineos en el horizonte. ¿Una costumbre
de la iglesia? ¿Una actividad formativa para los niños y los jóvenes? ¿Una
tradición asexuada de los cristianos para perpetuarse en la cultura imperante?
Si es una costumbre, entonces lo tenemos negro. No hay futuro. Y es que todas
las costumbres acaban por desaparecer con el tiempo. Por diluirse entre otras
tantas tradiciones.
Haré una confesión personal ahora. Creo que nuestro modelo
de reproducir el mensaje de Jesús tiene una fecha de caducidad, como los
yogures. Creo que los cristianos estamos necesitando proponer una manera de
vivir en la tierra sin imponer nada. Creo que tendremos que anunciar, en los días
próximos, una fe soportable en medio de otros muchos mensajes de alienación y
división.Amén.
Pero las preguntas me conducen al insomnio. No logro dormir ahora que el autobús a entrado en el valle y el paisaje se torna aburrido. Tengo los ojos abiertos. Muy abiertos. Como si estuviese a la expectativa. Y me pregunto ¿Es posible anunciar el reino de Dios y no
escuchar los gritos de los hombres y las mujeres que viven entre nosotros? Y es entonces cuando abro los oídos.
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