A veces miro al cielo.

He visto la comarca que habito desde el cielo como lo hace el Sr. Dios. He paseado el globo. Y puedo decir, entre otras tantas cosas que he visto, que el Ebro cruza mi tierra a travéz de un valle. Pero eso no es todo, la otra verdad es que habito en un valle lleno de contradiciones. 
En esta cuenca, por ejemplo, se piensa que si estas alegre no puedes llorar, se cree que si tienes familia no tienes porque sentirte solo una tarde de domingo, se deduce que si tienes cosas por hacer no tienes porque experimentar el aburrimiento, se llega a proclamar que si eres un persoja público la soledad no te hará laceraciones y se hacen homilias sobre la incongruencia de ser cristiano y a la vez percibir muchas incertidumbres en la vida diaria. Pero los que me conocen saben que lloro cuando debo reir, que las tardes de los domingos son un eremitario para mi, que hay trabajos que me aburren mucho, que la soledad me ataca con un yatagán y que hay horas que las incertidumbres me apuntan y abren fuego.
Pero las contradicciones me vienen acompañando con la misma frecuencia con que me escolta mi gato cuando tomo yogourt griego.  Algunas de ellas me frustran. Me irritan. Me hace que aflore en la piel todo el desaliento que soy capaz de transportar como si fuera un sarpullido. Otras me obligan a emprender un viaje hacia la cara oculta de mi fe. Hacia los silencios de Jesús, el trasgresor. Hacia esos lugares silenciados de las Montañas Aleluya. Y me convierten en un misionero que se abre camino a machetazos entre las lianas.
No sé a tí, pero a mí las contradicciones me colocan en ese preciso punto que hay en toda frontera y que los aduaneros llaman tierra de nadie. Donde estamos pero no completamente somos nosotros. Donde siempre nos falta algo. O alguien. Donde deberíamos decir algo, pero nos quedamos sin voz. Todo eso hacen las contradicciones por mí.
A veces miro al cielo. Mis amigos creen que trato de vaticinar las lluvias; pero no es asi. Simplemente busco respuestas.  Sencillamente procuro descifrar hacia donde debo ir y no dejarme impulsar por los deseos. A veces miro al cielo para saber de donde viene el viento que impulsará mi barco. El viento de las contradicciones.

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