Allá lejos y hace tiempo.

Detrás de una  foto
que rememora un viaje a La Habana
está tu caligrafía
danzante y en azul
pidiendóme que sea valiente
y que no me deje vencer por el mal;
sino que venza al mal con el bien.
Como si eso fuera tan fácil,
tan cotidiano,
tan heroico.
En la foto estoy yo
mirándote y y sonriendo
para no echarme a llorar,
por eso llevo gafas.
Es julio
y el mar a mi espalda está azul.
En aquella isla
todo parece que es azul.
Un carguero abandona el puerto
y a lo lejos el Castillo del Morro
es el único horizonte posible.
Recuerdo bien el día
aunque fué allá lejos y hace tiempo
pero si cierro los ojos
aun puedo oler el salitre entre mis manos.
Pero la foto en sí
no es nada del otro mundo,
sólo dice el tipo de hombre que fuí
si, es verdad,
estoy con menos músculos
y con el pelo corto.
Y es que una vez
todos fuímos más jóvenes.
Lo que nadie intuye
y este es mi secreto
es que lo mejor de esa imagen
no soy yo,
ni los años que han pasado
ni como he cambiado por fuera
y por dentro.
No,
que nadie se guie por las apariencia,
lo mejor de la foto eres tú
y auque nadie te puede ver
yo te sigo mirando
como coges la cámara
y me enseñas tus dientes
y me dices desde lejos
te quiero
y yo te miro y sonrio
para no echarme a llorar
y es que las despedidas
siempre
me hacen un nudo en la garganta.

Cada vez que regreso a La Habana,
y es que siempre regresamos
al lugar del crimen
o al del amor,
voy al Malecón
con la esperanza de encontrarte;
pero tú ya no estás.
Y asegurándome que nadie me observa
te miro,
o mejor dicho,
miro el lugar donde me hiciste la foto,
esa que tiene como fondo
un carguero saliendo del puerto
y el Castillo del Morro como único horizonte
y te grito para que me escuches
donde quiera que estés:
yo también te quiero.


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