Hipatia, que estás en los cielos.

Tu muerte
era una muerte anunciada;
por eso eres leyenda,
una hermosa leyenda,
una singular leyenda.
A tí no te matan por ser mujer,
que ninguna feminista se haga vanas esperanzas,
tampoco te matan por ser neoplatónica,
que ningún filosofo se frote las manos,
que los paganos no te suban a los altares,
no moriste por negarte a ser cristiana.
Y es que todo eso ocurrió
allá lejos y hace tiempo.
Ahora,
estás sola, Hipatia.
Ahora vives como puedes entre los astros,
ya no propones  movimientos estelares,
ahora miras la desembocadura del Nilo
como lo mira Dios;
desde la eternidad.
Los que te cortaron la carne
con piedras afiladas y con conchas de ostras
creían que la muerte acallaba
tus alaridos entre los gritos que claman venganza
en el nombre de Cristo.
Pero la belleza siempre triunfa,
es como el amor,
y ahora brillas
y todo comienza de nuevo cada mañana.
Y aquí abajo,
donde yo estoy
la tierra sigue girando alrededor del sol
pero desde mi ventana no se ve Alejandría.




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