La costurera que me amó.

No siempre hubo camisas Caramelo o abrigos Devota & Lomba en mi armario. De hecho mis primeras ropas fueron hechas en casa. Las hacía mi madre en una máquina de coser de la época soviética. Y mientrás hacia un dobladillo a una pata de pantalón me lei la cartilla sobre como vivir cuando fuera adulto.
Pero vivir como adulto es una tarea ardua. Que me lo digan a mi que llevo años en el intento. Y es que están las emociones sitiándonos. Acosándonos. Violándonos.Y esto será así hasta el día que nos paremos en medio de una plaza y digamos a los cuatro vientos: ¡hasta aquí hemos llegado!
Y es que vendrá el día que tendremos que pasar por encima de nuestra rabia, que tendremos que saltar sobre los celos, sobre esos sentimientos de rechazo que siempre van disfrazados de versículos bíblicos y seguir adelante. Hacía el horizonte. Hacia donde el Sr. Dios dijo que nos encontraríamos.
Mientrás llega ese día estoy en guerra conmigo mismo. Es una especie de guerra civil interior. Y la tentación que más toca a mi puerta se llama Atascamiento. Y me musita a los oídos que me quede donde estoy, que no haga nada nuevo, que no proponga ningún cambio, que me contente con mis emociones, que las acaricie como si fueran un gato adormecido y que me quede a vivir con ellas como hicieron los siete enanos con Blancanieve. Pero la realidad es que no deseo ese tipo de vida para mi. No quiero vivir como el ofendido, o el olvidado, o el abandonado. De hecho no quiero vivir la existencia de Robb Stark que prefirió asumir como suya  la vida que le legó su padre, su país, sus tradiciones a vivir su vida.
Si, quizás sea bueno examinar mis emociones mas oscuras y tratar de descubir donde se originan, pero lo que definitivamente se hace más urgente es pasar por encima de ellas. Dejarlas atrás. Y seguir por el camino como me animó a que hiciera la costurera que me amó.
Después que me fuí de casa nadie más ha vuelto a coser para mi. Ahora me compro la ropa confeccionada en talleres lejanos y por gente que no conozco.


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