Mi amante barroca.

La vida es un tesoro. Esta no es una frase mía. Sino de un amigo trapense. Pero como él, creo que si nuestra existencia tiene un valor no es por lo que logramos acumular en objetos sino  por todo lo contrario. Por nuestra vulnerabilidad.  Somos tan vulnerables como los pichones de vencejo real que desde mi terraza escucho cada atardecer en el árbol de mis vecinos.
Cuando proclamo que estoy enamorado los conocidos me miran con picardía y curiosidad. Pero después les aclaro que estoy enamorado de esta vida.  Y es que no conozco otra. Y que no me importa mostrarme indefenso en  una profesión hecha para invulnerables, para fuertes y para consistentes.
Amar nuestra existencia en esta tierra, de rosas y serpientes, es aceptar la idea de que necesitamos que nos cuiden, que nos sostengan cuando caemos, que nos escuchen cuando hablamos, que nos digan por dónde ir cuando estamos pérdidos´en medio del camino y es de noche y hace frío, que nos pongan un andamio cuando ya no nos podemos soportar nosotros mismos.
Pero no sólo soy vulnerable yo. También lo son los niños que conozco y los ancianos con los que me tropiezo. Y es que la vida es así desde el alfa al omega. Desde la infancia a la vejez. Desde que sale el sol hasta que se pone. Abarrotada de frágilidades.
Hay días que me siento poderoso. Generalmente son los días en que logro algún triunfo o cuando la gente dice cosas buenas de mí. Pero es en esos días cuando mi amante barroca hace su aparición en escena y me recuerda con sus adornos florales en la cabeza que la vida es un tesoro. Que puede estar llena de colores; pero que es tan vulnerable como una flor al viento. Como un polluejo de vencejo real caido del nido.

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