Mis días de huterita se acaban.

Hace días que renuncié a vivir en una comunidad cerrada. Ese tipo de comunidad que existe para sí misma. Y donde se me exigía que fuera más blanco que la nieve. ¿Yo? ¿Más blanco que la nieve yo? Yo, que el único vicio que tengo es tirarme al sol y calentarme por dentro porque a veces el corazón se me paraliza.  Yo, que en la otra vida, si es qué tuve otra vida, fui lagarto.
A veces se nos pide demasiado. Más de lo que somos capaces de ser. Y como no puedo vivir la vida de nadie, sino la mía, me marcho. Como las grullas cuando llega el otoño al hemisferio norte. Por eso me he salido. Por eso y por otras miles de razones más. Si, mis días de huetrita se acaban. O mejor dicho, me he autoexcomulgado.
Lo primero que hago para romper con este modelo de congregación es ponerme a escribir. Escribo para abrir un abismo, una especie de Fosa de las Marianas, donde pueda sentarme sin sentimientos de culpas junto al río y respirar hondo. Cómo hace años no lo hacia. Y escribir, y escribir como un orate. Pero escribir no es sólo llenar un folio con ideas y ensoñaciones. No señor.
Yo escribo como se ve el mundo desde mis ojos. Escribo porque quiero encontrar un sitio para decir es mío. Y tuyo también, faltaría más, si me lo pides. Escribo para abrir un manantial  en mi desierto. Para erigir una fuente.
¿Qué por qué mis días de huterita se han acabado? Porque tenía sed. Una sed que no me quita el cumplir las normas y los preceptos.


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