No siempre fuimos romanos.

No siempre hay que pagar con la misma moneda. No siempre tenemos que aplicar la ley del Talión para curar nuestro ego. Hay días que tendremos que sanar nuestros recuerdos. Y cuando llegue ese día te verás entrando en el Museo de Historia, que está en la Plaza de San Agustín, como hice yo. Nada me cura tanto como ver el pasado desde el aqui y el ahora.
Siempre creí que perdonar era sinónimo de olvidar.  Pero no es así. Cuando decidimos perdonar a alguien la memoria de la herida no se hace invisible por arte de magia. Sino que la llevamos en nuestra piel como un tatuaje. Como un lunar. Perdonar no es olvidar, pero cuando le ofrecemos nuestro indulto a otra persona se opera un cambio en la manera que tenemos de recordarle. Es como si la maldición se transformara en una bendición. Es como si el Mar Rojo se abriera también para nosotros.
Es el perdón, y no otra acción personal, el que no me convierte en víctima del pasado, ni de las palabras que me hirieron ni de la falta de amor ni de la injusticia. Nada me humaniza tanto como el perdón. Con los años he descubierto que las personas que nos aman también nos hieren.Y esta es una de las tragedias de la amistad, de la familia y de la comunidad cristiana. Y por ello nos negamos a perdonar y a olvidar, porque no queremos que nos vuelvan a herir. 
Frecuentemente el perdón parece una misión imposible. Ya lo sé. Pero por eso me tienes recorriendo el Museo de Historia en días como hoy. Y averiguando de qué seno he mamado, de dónde vienen mis tradiciones y hábitos.Y descubriendo que no siempre fuimos romanos. Que antes fuimos godos.



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