Yo, el blasfemo.

La blasfemia ya no es lo que era. Es una de las tantas cosas que se ha deteriorado con el paso de los años. Ya sea por el uso de la arrogancia o porque tiene las manos manchadas de sangre. Blasfemar es una palabra castellana con origen en el griego. Y significa literalmente injuriar la reputación de alguien, ser irreverente hacia alguien. Pero generalmente es aceptada cuando se refiere al insulto a una religión. Yo, ahora estoy pasando por una fase blasfema; pero en lo social, en lo cultural, en lo político, en lo económico.
Muchas veces somos capaces de confesar nuestras miserias, pero no permitimos que nadie nos las señales. Otras, no nos da miedo confesar que somos pobres y es entonces cuando encontramos a otros  en nuestra misma condición. Y es que el Espíritu que habita en mí cuerpo apuntalado es capáz de reconocer al Espíritu que vive en otros cuerpos con andamios.
Pero cuando recorro el camino de no ver mi carencias, por orgullo o ignorancia, las carencias de los demás se me hacen invisibles. Y no puedo ver a los cesantes, a los desproporcionados, a la gente sin rostro, a los que lloran, a los que tienen quebrantos, a los abúlicos, a los que les dieron la espalda a la religión.
Hay una manera de vivir la fe en Jesús de Nazareth, y hasta una teología,  que pretende evitar la penuria en todas su manifestaciones, que dice que la pobreza es un castigo del Sr. Dios y que por tanto hay que estar lejos de los pobres. Tan lejos como se pueda. 
Y contra esta manera de ser cristiano y hacer teología también grito desde la tierra. Yo, como un blasfemo.


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