Hay un refresco de sandia para ti.

A Beni
Nuestra vida en la Tierra es frágil. Tan quebradiza como lo será en Pandora. Es como si a  nuestros huesos le faltara el calcio suficiente como para seguir sosteniéndonos y se vienen abajo asi de pronto. Como a un andamio al que le ha faltado el sostén. Y la muerte llega sin avisarnos. Sin una sintomatología determinada. Sin una razón de peso. Sin tiempo para despedirnos ni para tomar un refresco.
Y te caiste en medio de las colvulsiones y los espasmos y no te pudiste levantar por ti mismos. Y comenzó anochecer en tus ojos aunque afuera era el mediodía. Y entonces, en el hospital necesitaste que algo respirara por ti. Que algo te limpiará la sangre. Que algo te alimentara.. Y es que tú ya no puedes abrir más los ojos. Ni refrescar los labios. Resecos.
Y cuando el cuerpo ya no soporta más vida artificial porque el alma hace días que se ha retirado a un lugar más cálido, una especie de pradera, entonces llegó el médico y nos pidió que te dijéramos adiós y nos abrazó a todos, como si fuerámos de su familia. Y tus padres te musitarán al oido: hasta pronto, querido.
Y es que la muerte ya no tiene la última palabra. Y la culpa la tiene Jesús. Si, ese Jesús de Nazareth. Ese, que creyó en la vida por encima de todas las cosas. Incluso por encima de la fatalidad cotidiana. Y por eso me tienes aquí, haciendo una bebida para los que llegan cansados y sedientos a casa y buscan un poco de compañía o me ofrecen la amistad como el mejor bálsamo para curar mis pérdidas. 
A los que en estos días tienen los labios secos y los ojos aguados les digo: Hay un refresco de sandía para ti.

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