Vence al mal haciendo el bien.

Una vez me fui de casa. Y regresé. Una vez me fui de la iglesia. Y regresé. Una vez me fui de Cuba. Y siempre acabo por regresar a aquella isla. A algunos lugares se puede volver. A otros no. Yo no conozco aun estos últimos. Pero estoy lleno de tatuajes. Soy como un maorí. Y es lo que tienen los regresos. Te marcan para siempre.
A veces me imagino como le daré la bienvenida a las personas que un día decidieron salir de nuestra comunidad y por años han estado lejos. Como en un país lejano. Y me veo caminando hasta ellos y abriendo los brazos, y abrazándoles y dándoles un beso, si son mujeres. Y es que vengo de una tracición donde a los hombres no se les besa. Mi tradición afectiva es una tradición muy mezquina.
Cuando llegue ese día trataré de vestir lo mejor posible. Si es invierno me pondré mi mejor traje negro. Si es verano, como ahora, pues una guayabera blanca de lino. Y si es necesario cocinaré para ellos o declamaré un poema. Y es que a las personas que han estado lejos y regresan a casa hay que tratarles como huéspedes especiales. Les sentaré en un lugar exclusivo para que nos puedan ver bien y para que no pierdan ningún detalle de nuestra celebración dominical. Y no le pediré una explicación por tanta ausencia. Tampoco una excusa por habernos dejados solos tantos años. Y es que sé que los regresos duelen. Son como los tatuajes con colores que quiero llevar en el brazo.
Lo bueno de poder ofrecer la bienvenida a los que regresan es que acaba convirtiéndose en un ejercicio para el corazón. Un ejercicio de condonación. Un ejercicio donde nadie es superior a nadie, ni los que nunca se fueron ni los que se fueron. Cuando podemos dar la bienvenida estamos diciendo entre otras cosas que el pasado ha sido tachado y que lo que importa es cómo vivir el presente y los días por venir. Las bienvenidas nos hacen personas agradecidas. Sobre todo si estamos regresando a la familia. Sobre todo si están los que nos amán dispuestos a poner una capa sobre nuestros hombros, un calzado en nuestros pies y un anillo en nuestro dedo. La gratitud es la espada laser que uso, en estos días, para vencer al mal.

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