Comiendo con albañiles rumanos.

Ellos habían llegado temprano. Son de ese tipo de personas que creen que el que madruga el Sr. Dios le ayuda. Eran tres. Y cuando bajé a la capilla ya habían comenzado el trabajo de quitar los roda pies de piedra y uniformar las paredes con yeso. Estaban serios. Concentrados. Callados. Como si el destino del mundo se definiera en ese lugar. En ese momento. Saludé con un ¡Buen día! y ellos me respondieron con Bună ziua! 
Siempre me han gustado los trabajos manuales. Esos donde ocurren cambios. Donde se puede ser creativo como el Sr. Dios. Donde algo se transforma en otra cosa. Donde se hacen reformas. Donde una cosa nueva está donde antes no había nada. Y en los que al final de la jornada hay un  algo que puedes decir la hice yo y sentirte contento contigo mismo. Y descansar. Como hizo el Sr. Dios el séptimo día. 
Pero todo trabajo manual tiene un precio. Y no hablo de dinero esta vez. Los hombres que trabajan en la capilla lo hacen sin cobrar un solo euro. Me dicen que lo hacen para el Sr. Dios, que son adventistas. Pero yo sé que todo trabajo que requiere esfuerzo nos hace sudar. Nos produce dolores. Nos engarrotada los dedos. Y acabamos con hambre. Y es que nada nos da tanto hambre como trabajar para el Sr. Dios.
Así que he estado cocinando frijoles negros con vegetales toda la mañana, y arroz blanco y preparé una ensalada tropical con mandarinas y semillas de granadas para los albañiles. Era mi manera de darles las gracias. De decirles que son personas importantes para nosotros. Coloqué una mesa en el salón del primer piso donde aún da el sol de lleno y cuando han acabado el trabajo les invito que me acompañen a comer.
Están serios. Callados. El olor a comino lo inunda todo. Asi que no hay que perder tiempo. El más viejo me pide que bendiga los alimentos. Y yo cierro los ojos. Inclino la cabeza y comienzo a decir: Doamne Dumnezeule....*

* Señor Dios (en rumano)

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