A veces alguien deja una nota bajo mi puerta

Desde hace años nadie me escribe cartas. Ni de amor ni de despedidas. Pero yo sigo teniendo esperanzas. Por ello cada mañana sin domarme el pelo con gel salgo a la calle para saludar a la cartera y recoger la correspondencia. En Europa se le llama correspondencia también a las facturas.
Desde hace años hago una limpieza general en las librerías de casa. Es una tradición familiar que me traje de aquella isla. Se ha de realizar en Mayo y en Noviembre. El abuelo paterno lo hacia. Mi madre nos lo inculcó a mi hermana y a mí. Para mí ayer era uno de esos días. Y allí estaba yo,  sacando libros que no voy a volver a leer de los estantes, quitarles el polvo, despedirme de ellos con un cálido abrazo  y depositaros a la entrada de casa. Donde ocurre el milagro de que dejan de ser privados para convertirse en públicos. Donde todos los que pasan los pueden ver. La finalidad es sencilla. Ofrecerle a los libros la oportunidad de que otras manos los sostengan. Que otros ojos los recorran. De que calienten otros corazones. Y es que en nuestra familia los libros eran un tesoro. Un tesoro para compartir.
Desde hace años sufro de alergia. Y está es la otra cara de la moneda. O lo que es lo mismo, la cara oculta de la luna. O si lo quieres llamar de una forma más romántica: el lado oscuro de la Fuerza. Después de todo un lunes de limpieza, de escozor en la garganta, de eccemas en la cara, de congestión nasal, de picor en la nariz, de estornudos me siento en el jardín a tomar un té de Ceylán con limón y a mirarme por dentro mientras la tarde muere. Y lo que veo a veces no me gusta. Otras me enamora. Pero he de confesar que despedirme de los libros es como un duelo. Pero dura poco. Y es que cuando la noche llega todo se aquieta en mi cuerpo. Todo.
Desde hace años algunas personas dejan notas por debajo de mi puerta. Hay de todo: declaraciones de amor, rompimientos, excomuniones, invitaciones. Así que en esta mañana cuando vi el papel debajo de la puerta no dejé que la sorpresa me tomara por asalto. Y la guardé en el bolsillo hasta estar delante del batido de plátanos con fresas matinal.
Gracias. Así comenzaba la nota escrita a mano con tinta azul. Gracias por los libros. Desde hace años he estado almacenando todos los libros que tú dejas afuera de casa. Y creo que ya es hora que los vuelva a ver. ¿Te puedo invitar a un café? No había firma sino un correo electrónico.
Y aquí me tienes escribiendo a un desconocido o desconocida como sólo lo hacemos los que vivimos en el norte de este país de flores y serpientes: No tomó café, pero me encantará volver a ver los libros.

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