Cosas que veo cuando tengo los ojos cerrados

La nostalgia por el pasado es contagiosa. Y se nos pega a la ropa que usamos diariamente como si fuera una mancha o una garrapata. Dice la Wikipedia que la nostalgia (del griego νόστος «regreso» y ἄλγος «dolor») es descrita como un sentimiento de anhelo por un momento, situación o acontecimiento pasado. Y ya saben, me gusta hablar de los sentimientos, pero hay más, creo que en la comunidad cristiana ha de haber espacio para ellos. Por muy reformada que sea.
En mi iglesia también hay nostalgia. Pero no siempre es visible. Tangible. No es algo que propicie la reflexión o el desatino como ocurre con el sexo. Preferimos discutir y hacer correr ríos de tinta sobre la sexualidad de los demás, que hablar de nuestras nostalgias Y es que da un poco de verguenza, porque nos coloca, sin protección alguna, ante nuestra fragilidad como hombres y mujeres neomodernos.
Los autores bíblicos eran unos nostálgicos. Y lo sabemos por ese sentimiento que dejaron escrito sobre lo que tenían y han perdido. Los hebreos nos enseñaron, a los gentiles, a sentir nostalgía, pero de la buena, nada que ver con eso que los clásicos llamaron enfermedad del alma. Por ejemplo, Pablo, el que le abrio las puertas de la iglesia a los paganos, deja escrito, varias veces, su nostalgia por las personas que había dejado en las ciudades y pueblos donde había vivido y enseñado. Pero esa faseta de apóstol no nos ilusiona mucho. Es tan humana. Tan ordinaria. Tan poco cristiana.
¿Pero que significa, en la práctica, que mi iglesia sea nostálgica? Pues que tenemos un problema con el futuro. Y por esta vez, Huston, no nos puede ayudar.
Somos nostálgicos porque hemos optado por la seguridad dentro de los parámetros estructurales de una gran iglesia nacional siendo minoritarios. Somos nostálgicos porque estamos dispuestos a desangrarnos para asegurar la supervivencia de la comunidad cristiana que sentimos como nuestra ante las crisis. Somos nostálgicos por ese espíritu de supervivencia a toda costa que cada mañana nos saluda desde el espejo con la cara mojada. Pero esto no es propiedad exclusiva de nuestro cristianismo. No. Vengo de una sociedad nostálgica, y por tanto soy especialista en la supervivencia.
Y ser superviviente, significa entre otras muchas más cosas,  que he aprendido a ver la vida, aun cuando tengo los ojos cerrados.
Quizás sea este el momento de hacer dos confesiones sin esperar a una liturgia dominical. Primera confesión: Mi protestantismo es fálible y equivoco. No ha captado todo el mensaje profético sobre el cual se levantó.Y ha dado prioridad a la proyección social, a los pequeños triunfos locales, a la vanagloria de pensar que somos una iglesia con futuro porque tenemos una teología muy academista, porque nos regocijamos con el elogio diario y la repetición de proclamas año trás año.
Segunda confesión: Tengo muchas ovejas que optan por buscar información sobre su realidad fuera de nuestra comunidad. Por ejemplo, son lectores fieles de Protestante Digital. ¿Por qué pasa esto? La respuesta podría ser complicada, pero yo la entiendo de una manera sencilla: buscan respuestas, un  análisis comprensible y realista del mundo donde viven. Y es que mis ovejas viven en una realidad muy alejada de los debates teológicos y de las ccontroversias bíblicas.
Y esa es una de las cosas que veo cuando tengo los ojos cerrados. Nos ha faltado ser sencillos. Hemos eludido por todas las manera posible equivocarnos y para ello hemos evitado los riesgos que impone la propia vida. Como si el estar cómodos en nuestras capillas políticamente correctas,  y escondidos entre informes y proyectos nos asegurara que no experimentaríamos el dolor. Pero el dolor siempre llega. Como la nostalgia por el pasado.

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