Un estado de melancolía

Durante setenta y un días no he podido escribir nada. Y cuando digo nada es nada.                       
Lo único que he podido hacer trás cada amanecer es esforzarme para que el cerebro de las ordenes más pertinente y primarias: hay que bombear sangre a todo el cuerpo, hay que inhalar y exhalar aire, hay que abrir los ojos y dejar que la luz entre, hay que sacar los pies de la cama y ser valiente, hay que tragar y beber aunque no se tengan deseos, hay que ducharse, hay que caminar. Hay que vivir.  
Al principio creí que era un estado de agotamiento espiritual.. Pero lo que me alarmó fue el no poder escribir. Y aun peor, no sentir la necesidad de hacerlo. Así que me fuí al médico del cuerpo creyendóme que podría recetarme algo para el alma.                                                                            La consulta fué rápida y muy profesional. El diagnóstico muy preciso: un estado de melancolía. La receta impoluta: tomar en las mañanas sertralina y hacer una terapia ambientalista, consistente en una dieta variada, paseos por los campos y escuchar música.                                                             
Como padezco el síndrome del hermano mayor me he tomado sus indicaciones con mucha seriedad y disciplina. Tomo la pildora en la mañana antes que caliente el sol . Intento comer algo más que lo que oferta la tienda de IKEA. Me paseo por Parque Grande mientrás se pone el sol porque allí los atardeceres son apacibles. Y he comenzado a disfrutar de los videos musicales de youtube por orden alfabético. Voy por la letra A.                                                                                                           
Los miembros del rebaño se muestran solidarios y atentos. Han descubierto mi frágilidad. Algunos me traen dulces y otros se sientan a mi lado en silencio. Otros, los más optimistas, me han traido cientos de folios de papel en blanco y muchos lápices.  
Hacía setanta y un días y diesciseis horas que no escribía nada.

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