Cuando el desayuno no es nacional ni es de oración

Los sábados, no podría ser otro día de la semana, comienzo el día con un desayuno norteamericano. Y me gustaría que no se entendiese como algo político, sino más bien como algo relacionado con el hambre y el tiempo. O el tiempo y el hambre. Una vez más, el orden de los factores no altera el producto. Invierto unos minutos en prepararlo con solemnidad, incluye leche desnatada con chocolate, zumo de naranjas, tres naranjas, huevos fritos, dos, beacon, pan recien horneado, mermelada y mantequilla. Me siento a comer y escucho a Albinoni. Y reflexiono en voz baja. Para que nadie me escuche.
Hay costumbres en mi cristianismo que llegan de los EE.UU sin necesidad de visado o de una adecuada cuarentena. Son rutinas que se preparan sin un proceso de culturalización, que fijan un blanco y abren fuego. Sin previo aviso. Sin explicarse. Que se dan por sentadas y que con los años se convierten en una tradición. En el santo santorum de la fe. Y yo frente a ellas, protesto. O me autoexcolungo.
Algo semejante me sucede con el Desayuno Nacional de Oración. Lo explico a continuación: es un evento anual que tiene lugar en Washington el primer jueves de Febrero. El acto, que a día de hoy consiste en una serie de reuniones, almuerzos y cenas, se viene repitiendo desde 1953. El desayuno, celebrado en el salón de bailes del Hilton, acoge a unas 3500 personas, incluidos invitados extranjeros de más de 100 países. Los anfitriones del evento son miembros del Congreso de los Estados Unidos, y es organizado por un lobby conservador cristiano más conocido como The Family. Durante los primeros años el acto recibía el nombre de Desayuno de Oración Presidencial, cambiándose en  1970 a Desayuno de Oración Nacional.
Ahora viene lo bueno. Lo real maravilloso. Hace algunos años atrás se intentó implantar por el mundillo evangélico en España. Pero sin la presencia del Presidente del Gobierno, eso que juré frente a un crucifico no es perdonado por los evangelicales. Más bien se convocó con autoridades civiles de Segunda B de comunidades autónomas y municipales. Y las poca veces que se convocó se realizó en lugares elegantes, que emanaban poder y caros. Escándalosamente caros.
Ya sé que el desayuno es importante, mi médico de cabecera me lo ha repetido un millón de veces. Pero es en esas mañanas de sábado, cuando el silencio se adueña de mi calle como un eau de parfum, cuando aprovecho, mientrás mastico y bebo, para mirarme por dentro. Para quererme un poco. Para intentar sacar a la luz mis manchas y que las combata el sol, porque yo solo no puedo. Y soy consciente de que mis desayunos no son nacionales ni de oración. Ni quiero que lo sean mientrás camine por esta tierra de flores y serpientes. O de serpientes y flores.



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