En Parque Grande sin ti

Querida Hyrenee:

Hoy es 28 de junio del año 2017. Un airecillo fresco recorre el Paseo de Fernando el Católico moviendo las hojas de los árboles. Los bancos están llenos de abuelos tomando la fresca. Hoy es el quinto día sin ese calor más propio de Mordor que todo lo seca. Todo lo aplasta. Los niños han acabado la escuela y en mi calle una creciente tranquilidad lo inunda todo. Ahora sé que después de la tempestad llega la calma.

En la ciudad todo sigue igual. Ha ocurrido un reventón en la tuberia de agua que atraviesa la Plaza San Francisco y hay obras. Y ruidos. El Heraldo dice que Aragón es lider en horas extras. Asi que estamos orgullosos. Muy orgullosos de por una vez ir por delante de Desembarco del Rey y Lanza del Sol.O lo que es lo mismo:Madrid y Barcelona. Y en la avenida de Camino a las Torres ha caido un árbol y ha golpeado a un anciano. Las causas de la caída del árbol son descomocidas.

Hoy he comido con tus padres en la cafeteria del hospital. Nadie tenía hambre. Y es como si la pena nos cerrara el estómago. Hemos hablado de ti. Por supuesto. De lo que significa dejar que alguien muy querido se marche para no regresar más. Tu madre habló de tu infancia y hasta reimos de tus torpezas con las manos.

En la tarde caminé con Juan Carlos por los pinares. En silencio. Yo no tenía qué decir y él lleva muchos días sin palabras. Ha envejecido. Caminamos hasta un pueyo donde se vé la tierra semidesértica del valle donde vivimos. Y allí nos quedamos mirando. Como tratando de ver algo en el horizonte. Como esperando avisorar una vela. Como dos naúfragos.

Ayer en la mañana el neurólogo que te asiste en los últimos meses nos comunicó la noticia de que estas en muerte cerebral. Que no volveras a tu casa. Que no verás crecer el magnolio que os sembré en el patio. Ni volveremos a escuchar juntos esos boleros tan melosos de los años cincuenta. Acordamos no agarrarnos más a ti y soltarte. Para tu madre y Juan Carlos ha sido desvastador. 

Querida, no sé si lo sabes, pero el cáncer ha destruido tu mente y a ti como persona. Ya hace días que no abres los ojos. Ni te mueves. Te veo y no te reconozco. Tan blanca. Tan quieta. En una habitación tan silenciosa y tan limpia. Te agarré la mano, y mientras el respirador dejaba de funcionar y te quitaban el alimentador, te susurré al oído con los labios cerrados: ¡ve a la casa del Sr. Dios!

En las últimas horas del atardecer, que aqui en provincia es muy apacible, entré a Parque Grande antes de regresar a casa. Subí a la parte alta donde está la estatua de Alfonso I y el león, que tu bautizaste como Aslán, y donde nadie me veía lloré amargamente. Como hacia años no lo hacia. Como un crío que pierde a su goldfish. Y mirá que mi padre me ha dicho de veces que los hombres no lloran. Pero soy un tipo desobediente. Quizás la razón, sin entrar en justificaciones,  radica en que me vuelvo un hombre mayor. Fálible y equívoco. O que un insecto me ha entrado en los ojos y me ha irritado profundamente el centro del pecho. Y duele. No te digo estás cosas para que estés tristes. Sino para que recuerdes que seguimos a tu lado.

Querida, estoy en Parque Grande sin tí.

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