El arte de guardar la espada en la vaina



Una reflexión en voz alta sobre Mateo 26: 47-52

Hay algunas cosas de mi mundo que me enojan mucho. Y cuando eso ocurre tengo el impulso de  desenvainar a Excalibur y cortar alguna que otra oreja. Pero la realidad es que no tengo a Excalibur. De hecho tampoco poseo a Aguja ni a Narsil. Soy un hombre desarmado.

Jesús de Nazaret no sólo dijo que eran bienaventurados los pacifistas, sino que también dijo que había venido a traer la espada. Pero hace falta mucha ceguera espiritual y tener un corazón de piedra para entender que a lo que se está refiriendo Jesús es que hay un espacio para la violencia dentro de la fe cristiana. 
Vivo en un mundo violento. Y la violencia ha entrado en la familia y en la iglesia sin pedir permiso. Hay muchas formas de ser violento. Hay violencia física. Hay violencia verbal. Hay silencios que son violentos y hay violencias a las que nos hemos acostumbrado como a un perfume. 
Mete la espada en la vaina es la orden de Jesús cuando uno de sus discípulos pretende defenderlo de ser arrestado en el Monte de los Olivos. Si hemos de interpretar las Escrituras para nuestra vida aquí y ahora, hemos de interpretarlas todas. No sólo las que más nos gustan. Albergo la sospecha de que Jesús está en contra de todo tipo de violencia. Sabe que la fuerza nunca solucionará los problemas de una manera eficaz. De hecho una de las primeras cosas que nos deja claro de su Reino es que no se parecerá en nada a los círculos de poder de nuestro mundo por muy democrático que se vean a lo lejos.
Así que en esta mañana de domingo podemos preguntarnos qué tipo de evangelio estamos mostrando a la familia, a los amigos, a los vecinos o incluso a las personas que se acercan a nuestra comunidad buscando algo diferente ¿El evangelio de la violencia o el evangelio de la no violencia? Algunos que se dicen cristianos se han esforzado por hallar en Jesús un ejemplo de virilidad más o menos violenta, para contrarrestar la imagen de un Jesús débil y afeminado, manso, pasivo y azucarado que muchas veces el arte y la teología más romántica nos han dejado de herencia. Pero esos esfuerzos no resultan convincentes. En primer lugar, es disparatado pensar que la no violencia de Jesús es debilidad, por cuanto exige enormes cotas de valentía y firmeza. Tampoco cuadran con la impresión general que nos dejan los evangelios, ni con el recuerdo de la iglesia, ni con la experiencia de los hombres y mujeres que sin ir a Damasco se han encontrado con Jesús.                                                                                   Quiero hablar de esto último. De Jesús y de cómo nos encontramos por primera vez. El primer credo que recité en la escuela Dominical, el primer dato que acepté de él, antes que la teología me domesticara, fue que murió voluntariamente para que yo tuviera otra oportunidad. Y eso me enamoró. Si yo le hubiésemos experimentado como alguien vengativo, como alguien rencoroso, como alguien que siempre está irritado o enfadado y le hubiese visto violento contra los que opinaban diferente, difícilmente me habría acercado a él. Ya existían muchas personas así en mi vida cotidiana. No, en realidad me enamoro de los que son capaces de perdonarme. De los que son capaces de ver más allá de mi apariencia. De limpiarme con vino y aceite. Y Jesús miró más allá. Y me limpió.
Los cristianos y las cristianas, porque también las hay, que optan por la violencia en el intento de hallar en Jesús un modelo más o menos de actuación privada o pública, me recuerdan siempre dos escenas de los evangelios. Primero me hablan de la purificación del Templo. Y después de los insultos que Jesús dirigió a los fariseos. Entonces razonan, si Jesús golpeo, rompió e insultó yo también lo puedo hacerlo. Pero estas personas no conocen a Jesús. Hablan de él sin conocerle. Simplemente han hecho una lectura muy infantil de algunos textos. Si es que la han hecho.
Los hebreos que salieron de Egipto creían que sólo el Dr. Dios podían garantizar la supervivencia y prosperidad de su pueblo, a pesar de las persecuciones.  Estas son palabras ilógicas, sin sentido, como las de un orate. Jesús adopta estas conclusiones y les da un nuevo sentido basándose en la imitación de Dios. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen.
Cuando algún anciano de las residencia donde acudo me pregunta como es Dios lo primero que le digo es el Sr. Dios cuida de todos, incluso a los que le niegan. El Sr. Dios nos trata con gracia y con perdón. ¿De donde viene mi certeza? El sol cada día sale para todos y cuando llueve la lluvia es para todos. Basándose en esta observación de la naturaleza, Jesús, que era más rural que urbanita, llega a una conclusión complementaria a la del libro de Deuteronomio. Sin negar que exista la bendición para los que obedecen los mandamientos y la maldición para los que no, Jesús cree que más importante que ese dato, es el de la gracia divina, es el de la gracia inmerecida, el de la exagerada gracia, el de la desproporcionada gracia. Que está ahí a nuestra disposición incluso antes del arrepentimiento.
Por eso no nos debemos llevar las manos a la cabeza cuando Jesús pretende hablar de cómo han de ser los discípulos y hace referencia a la imitación al Sr. Dios. Se les conocerá por la capacidad de perdonar, por la manera de devolver el bien por mal. De amar en medio del desamor.
Al final, estas ideas tan radicales, la de poner la otra mejilla, la de quedarse desnudo cuando alguien te pida ropa, la de caminar otra milla, le va a costar la vida. El que le dice no a la violencia muere de manera violenta.
Hay algunas cosas en mi mundo que me enojan mucho. Pero ya no pretendo cortar la oreja de nadie.

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