Me doy permiso para aceptar.

Alguien que me mira con compasión y enciende una lámpara dentro de mí para iluminar mis oscuridades me ha hecho llegar una foto a todo color esta semana. Es una imagen donde habita una gata blanca con manchas grises y que  está rodeada por ocho cerditos rosados. Todos están acostados sobre la paja. Y sobre ellos una de esas bombillas que sirve para dar calor a los animales cuando son pequeños y la mamá no está para calentarles.
Hay cosas que no conozco. De hecho, he de confesar que no tengo las respuestas para todo. No sé, por ejemplo, dónde fue tomada la foto. Tampoco sé en qué extrañas circunstancias una gata se vio impulsada a adoptar a unos cerditos. No sé quién es el autor de la foto. Pero no dejaré que la falta de información me robe la alegría de experimentar la aceptación. Por esta vez me voy a dar permiso para celebrar la aceptación y lo haré destapando una botella de sidra que atesoraba para el día de mi cumpleaños.
La aceptación tiene que ver con la acción de abrir la casa de campaña para que los que necesiten de la sombra puedan entrar. La aceptación siempre es una acción. No se puede decir soy alguien que acepto a los demás y no abandonar el terreno de lo teórico. La aceptación implica desabotonarse la camisa, subirse las mangas y meterse en el río aun corriendo el riesgo de mojarnos. 
La aceptación está relacionada con el optimismo y el pesimismo. Y eso no es otra cosa que la manera que nos explicamos las cosas buenas y malas que nos suceden. Los pesimistas creen que probablemente no resolverán nunca sus problemas, y suponen que su realidad es la consecuencia de sus propios fracasos y defectos personales y que son imposibles de cambiar. Los pesimistas adoran la frase: yo soy así y no puedo cambiar. 
En la otra cara de la moneda está el optimismo. Los optimistas creen que sus problemas son temporales y que se deben a circunstancias incontrolables. Los optimistas creen que sus problemas se resolverán con el paso del tiempo, o que ellos mismos resolverán sus dificultades. Si son optimistas cristianos vivirán con la certeza de  que el Sr. Dios les echará una mano. Cuando los optimistas advierten que ellos mismos tienen defectos o faltas, suponen que son capaces de mejorar. Por eso se les oye decir: Durante todo este tiempo he sido de esta manera; pero ahora me daré permiso para cambiar.
Tengo la sospecha que la gata de la foto pertenece el segundo grupo. Al de los optimistas. No sabía como tratar a los cerdos, pero les ofreció sus mamas. No sabe que acontecerá en el futuro, pero ahora está allídándoles lametazos a esos pequeños rosados sin bigotes. Sabe que son diferentes, pero los acepta, aun corriendo el riesgo de que un día le rompan el corazón. Y es que la aceptación es una especie de amor a primera vista. 
He puesto la foto de la gata con los cerditos en la puerta de mi refrigerador. Necesito deseñales que me recuerde que puedo ser una persona que acepta a los demás aunque sean diferentes a mí. Necesito que se me recuerde cada día que puedo ser optimista. Que puedo mejorar aunque me haga mayor. Que puedo salir de la fortaleza donde me he atrincherado todos estos años para que nadie me rompa el corazón y enamorarme como hace mucho no lo hago. A primera vista. 

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