Una
mujer a quien admiro me ha sugerido esta pregunta para una encuesta.
Pero ella no sabe hasta que punto esta sencilla pregunta, cuando me la
hago a mí mismo, me hace mirar hacia atrás. Hacía la vida que tuve allá
lejos y hace tiempo. Y que aún me hace rozarme las cicatrices. Si, las cicatrices son la evidencia de que viví un pasado.
Como pretendo ser buena persona, honrado y decente, como Oriol Junquera, puedo responderla aquí y ahora con el corazón
en la mano. Mi respuesta es mía. Solo mía. De nadie más. En realidad
nunca nadie me hizo salir de la iglesia. Y es que nadie puede si no le
damos permiso antes, hacernos salir. Como vereís creo en la elección.
Cuando me fui, y es que un día salí
de la iglesia con un nudo en la garganta y con algo húmedo y salado
corriendo por las mejillas, fue por mi propia decisión. En un ejercicio
de libre albedrío. Yo mismo me autoexcomulgué. Hice uso consciente
del espacio que había entre el dedo de el Creador y el del padre Adán en la Capilla
Sixtina para demostrar mi enojo, mi fustración, mi orgullo herido, para
echarle en cara a mis hermanos y hermanas que me habían herido mucho
mucho y que no quería estar a su lado más. Me fui porque dejé de ver al Sr.
Dios a mi alrededor y dentro de mí. Y cuando el Sr. Dios no está nada tiene
sentido. Ni la iglesia.
¿Qué quién me hizo salir de la iglesia? Pues yo mismo. Yo siempre he sido mi más implacable enemigo. Así que no puedo echarle la culpa a nadie. A nadie puedo usar de chivo expiatorio y cortarle el cuello y verter su sangre sobre la piedra. Ningún nombre puedo mencionar, ahora, para confirmar el hecho de que me haya quedado fuera de la casa donde se celebraba la fiesta y donde se ha matado el becerro más gordo. Y sonaba música.
Pero más importante que la pregunta de la pretendida encuesta, es otra la consulta que me ronda en estos días de desconexiones e improperios: ¿Cómo fue el regreso?
¿Qué quién me hizo salir de la iglesia? Pues yo mismo. Yo siempre he sido mi más implacable enemigo. Así que no puedo echarle la culpa a nadie. A nadie puedo usar de chivo expiatorio y cortarle el cuello y verter su sangre sobre la piedra. Ningún nombre puedo mencionar, ahora, para confirmar el hecho de que me haya quedado fuera de la casa donde se celebraba la fiesta y donde se ha matado el becerro más gordo. Y sonaba música.
Pero más importante que la pregunta de la pretendida encuesta, es otra la consulta que me ronda en estos días de desconexiones e improperios: ¿Cómo fue el regreso?
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