Ayer, del otro lado del océano Atlántico, el Diario de Las Américas en su columna de Opinión publicó un artículo con el título España y el día de la Hispanidad, que comenzaba así: El mundo civilizado celebra cada 12 de octubre el descubrimiento de América, proeza realizada por España.
Y
yo, aquí, en la tierra que cobijó a Fernando y a Isabel; los Reyes
Católicos, me siento como uno de esos hombres que vivió al norte del
Rin y lejos de Roma. Incivilizado. Rabiosamente incivilizado. Sin
motivos de celebrar nada. Y es que no me creo que España descubrió a
América el 12 de Octubre de 1492.
En
todo caso España se encontró con un mundo nuevo para ella. Un mundo
habitado por civilizaciones con leyes y costumbres. Un mundo que no le
exigió, a España, visados para poner los pie en las arenas de sus
playas. Si algo habría que celebrar sería el encuentro de dos mundos. Un
encuentro que
transformó las visiones del mundo y las vidas tanto de europeos como de
americanos. Un encuentro que acabó con un mundo para crear otro con el
apoyo de la cruz y la espada.
Mañana no tengo nada que celebrar. Tampoco le llevaré flores a la Madonna de Zaragoza. Y es que quizás ya no pertenezco al mundo civilizado. Y es que cada Octubre me vuelvo bárbaro e iconoclasta
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