Cuando nadie me ve

A Rosy, mi maestra de escuela dominical

A veces aprovecho que estoy delante de un espejo y miro mi alma. Las personas que me ven piensan que soy un coqueto y tienen toda la razón; pero hay más. Y es que no siempre he sido la persona que soy ahora. Hubo un tiempo que fui pequeño y me llevaban de la mano de aquí para allá y de allá para acá. 
Cuando llegué a la escuela dominical ya sabía identificar todas las figuras geométricas. En la escuela dominical aprendí todo lo que he precisado para vivir. El colegio, la secundaria, el bachillerato, la universidad y el seminario han sido formaciones suplementaria. La teología de mi maestra de escuela dominical, Rosy, se condensaba en cinco puntos: 1º Nosotros nos escondemos y Dios nos busca siempre. 2º Es mejor ir acompañado por el camino que sólo. 3º Siempre hay que tener la cara limpia pues nunca sabes cuando te invitarán a hablar en público. 4º El perdón abre todo tipo de puertas. 5º La vida cristiana se resume en un triángulo equilatero.
Rosy nos contó esto: Abajo en la base del triángulo están los que llevan las flores apara adornar la capilla, los que limpian el edificio. Más arriba, están los que visitan a los enfermos, los que llevan un plato de dulce a alguien que está triste, los que oran por un enfermo. Un poco más arriba, están los que ayudan en las celebraciones, los que dan dinero para sostener la iglesia. Más, más arriba, están los maestros de la escuela dominical, los diáconos. Más arriba, mucho más arriba, está el pastor. Y al final, en la punta del triangulo está el misionero. El es el que abandona su casa y su familia y se va lejos. Muy lejos. Se va a una tierra de salvajes y allí se dedica a dar buenas noticias y a enseñar como hay que vivir en un mundo donde conviven las flores con las serpientes. Y yo me lo creí
Así que después de tantos años. Después de tantos otoños lejos del Trópico de Cáncer. Me veo aquí, en Aragón, en un país de piedras y de ríos, pastoreando a salvajes y dando buenas noticias; y me sonrío cuando nadie me ve. Y recuerdo a mi maestra de escuela dominical. Y me veo encima del triángulo y me sigo sonriendo donde nadie me ve.
A veces me miro en un espejo y no sólo lo hago para enderezarme el nudo de la corbata. No, también me miro para asegurarme que aquel chico que fui sigue por ahí. Agazapado. En algún rincón del alma.

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