Hablemos de mi estado sentimental

Vivo en un mundo que no quiere decirle al pan pan ni al vino vivo. Y no es por maldad. No señor, es por miedo. Nos da mucho miedo desnudarnos. Mostrar nuestra fragilidad. Asumir un compromiso público. Darnos permiso para amar con todas sus consecuencias. Por eso, en un ejercicio de pretendida libertad de opinión, optamos por las medias tintas, la discreción y la no definición. El silencio.
Tengo algunos conocidos en las redes sociales que a la pregunta de estado sentimental responden con un trascendental, es complicado. Durante meses he tratado de traducir este estado sentimental con más penas que glorias. Le he preguntado a los universitarios que conozco por si era una cuestión cultural que se me escapaba. Pero la verdad es que sigo sin entender  su significado pragmático. ¿Cuando alguien me dicen que es complicado me están diciendo que no soy capaz de entenderle ni de ponerme en sus zapatos?
Dice WordReference, una especie de diccionario virtual de la lengua española,  que complicado es un adjetivo que significa enmarañado, de difícil comprensión. Hasta aquí no tengo escollos. Puedo entender lo ontológico,  pero reflexiono. La vida nuestra es corta. La felicidad no dura tanto. El amor no es para siempre. Hay estados sentimentales enmarañados. Hay situaciones emocionales que tienen una dura compresión. Muy dura. Y hasta aspera. Y por eso es mejor no decir que estoy amando a quien no me ama o que estoy siéndole infiel a quien me quiere.
Si, vivo en un mundo donde decir la verdad es peligroso. Más peligroso que atravesar Mordor con un anillo especial. Y es que la verdad que pretendemos esconder nos dice de donde venimos y a dónde vamos sin pelos en la lengua. Y si la digo corro el riesgo de quedarme solo. Con el corazón roto. En resumidas cuenta la soledad me hace más daño que la incomprensión. Y si no que se lo pregunten al primer hombre. Ese que caminó desnudo por el Edén.
Por cierto, mi estado sentimental es enamorado. 

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