Oramos para no estar solos.


Una introducción para entender a los que están orando.

Lc.18:10-14

La oración, generalmente, se hace en un espacio sagrado. Al menos esa era la costumbre de los judíos en los tiempos de Jesús. Así que no nos extrañemos si la historia comienza diciendo que dos hombres subieron al templo a orar.

La oración no sólo crea un espacio diferenciado sino que determina actitudes definidas. Así que sería equivocado decir que la única manera de orar es ponerse de rodillas, hoy tenemos dos formas: estar de pie o de rodillas hacia el suelo. Un ejemplo del primer supuesto lo encontramos en el libro del profeta Ezequiel, cap. 2. Dios dice: Hijo mío ponte en pie y hablaré contigo. Pero no basta con estar erguido. Esperando. Hay que dar oportunidad a que Dios también este dentro.

Cuando oramos estamos realizando una paradoja: con nuestro cuerpo mostramos un gesto espiritual. Por qué oramos? O dicho de otra manera, por qué un publicano y un fariseo necesitan ir al Templo a orar? La respuesta es sencilla. Por la misma razón que nosotros cerramos los ojos y decimos: Padre. Oramos para encontrarnos con el Sr. Dios.

Hay oraciones silenciosas. Son las que nos faltan las palabras. Donde sospechamos que el Padre ya lo sabe todo, así que para qué abrir la boca. Pero en esta mañana ninguno de nuestros protagonistas lo hará. Hay oraciones orales. Aquí tenemos dos modelos. Las que se hacen en el evangelio son oraciones que se pronuncian con la voz. La actitud del cuerpo es solo una muestra de la intención.

La oración es un espacio donde a quien nos dirigimos está por encima de nosotros. Recuerdan a Abrahám ante sus huéspedes misteriosos? O los magos del oriente ante la cuna de Jesús en Belén? Pero es un espacio, a fin de cuentas, donde lo que se escucha es la voz humana. No sólo hablamos con las manos, sino que lo hacemos con la lengua. Como verán la lengua no es tan maligna, no sólo sirve para decir cosas malas de los demás, sino que hoy sirve para decir cosas al Sr. Dios. Aunque esas cosas no sean tan buenas a sus oídos.

Siempre me pregunté por qué el fariseo hace una oración tan larga. ¿Por qué requiere de muchas palabras? En la tradición evangélica predominante se nos enseña a orar como si estuviésemos dando una conferencia, pero no encontramos este modelo en las Escrituras. Las oraciones de los hombres y mujeres de fe, tanto en el AT como en el NT, son cortas. Las de Jesús también lo son. Entonces, ¿por qué necesitamos tantas palabras para orar?
    
Cuando una madre tiene a su hijo entre las manos no habla mucho, cuando estamos enamorados hablamos poco y nos besamos mucho. Cuando lo que hay es amor las palabras sobran. Cuando lo que hay no es amor necesitamos las muchas palabras. Quizás esta sea la respuesta más sencilla al por qué de la oración del fariseo y al por qué de la oración tan corta del publicano.

Sin duda el fariseo hace una oración con la mente y el publicano la haga desde el corazón. Quizás el fariseo necesite decir en voz alta lo que no tiene dentro. Pero el hablar mucho no significa que lo que decimos es verdad. Hay días que la verdad la podemos decir en pocas palabras: ¿Señor ten misericordia de mi! No sé ustedes, pero yo tengo días que me sobran las palabras para decir como me siento. Y es que las palabras se agotan. No tenemos más.

Oramos para decir que estamos aquí. Oramos para vivir el presente y es que al pasado no lo podemos cambiar y el futuro nos da miedo. Si, querida iglesia, oramos para no estar solos.

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