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Para decir adiós
hace falta mucho coraje.
Y es que la soledad duele.
Hay cosas que aprendí hace años.
Hay cosas que aprendí hace años.
Aprendí, por ejemplo,
que era importante saber decir adiós
y evitar a la vez el endurecimiento del alma.
Siempre me dediqué a despedir a todos mis amigos
que abandonaron aquella isla,
con un nudo en la garganta
y algo líquido y
salado recorriendo mi cara.
Después me despedí a mi mismo.
Después me despedí a mi mismo.
Pero prometo que eso no me hizo
el hombre frío que desde lejos aparento.
También he tenido la opción decir adiós
También he tenido la opción decir adiós
cuando tú te has marchado de mi lado
dejándome el corazón hecho jirones
y obligándome a respirar baja los aguas.
He tenido que decir adiós albergando la certeza
de que la vida en pareja no tiene
porque ser un infierno.
También tengo la convicción
de que el sufrimiento nos hace santos.
Pero es en medio de esa soledad resultante,
Pero es en medio de esa soledad resultante,
que aparece de pronto,
sin
previo aviso,
que puedo valorar cuanto he amado
sin que la pena me tome
por asalto
y deje de ser agradecido.
Y es que el amor no se puede guardar
Y es que el amor no se puede guardar
como un tesoro escondico entre la tierra.
O
lo das o se muere.
Ofrecerme es la única posibilidad que tengo
entre
mis manos para mantenerme con vida.
Y fíjete que digo ofrecerme
y no menciono para nada el dar cosas.
Estoy vivo porque me he dado permiso para ofrecerme,
aunque eso no me librado de decirte: adiós.
Si, sin duda alguna,
Si, sin duda alguna,
para decir adiós
hace falta mucho coraje.
Y es que la soledad me duele.
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