La
Reforma protestante ocurrió en el s. XVI, recien he celebrado su cumpleaños número quinientos. Unos han festejado una ruptura a bombo y platillo. Yo no. Más bien hice un ejercicio de memoria para recordar con gratitud como la Palabra de Dios vino a los hombres y a las mujeres con libertad.
Aquellos eran tiempos de una profunda
crisis de la escolástica y de la moral en la Iglesia. La simonía acampaba a
sus anchas, pero no sólo se estaba pidiendo una reforma religiosa, se
estaban pidiendo reformas sociales también. Cambios. Oportunidades. Segundas oportunidades.
La
Reforma intentó responder a la pregunta: ¿Cómo encontrar a un Dios de
gracia para mí? Por que él que imperaba hasta ese momento solía ser mostrado en público disfrazado de legalista. Y ese intento se hacia en medio de un mundo donde casi
todo tenía un precio, incluso la salvación del alma.
La
Reforma dijo, alto y claro, que la salvación no se podía comprar. Y es que un amor que
hay que merecer o comprar, no es un amor. Es otra cosa. El amor pertenece a ese ámbito , tan poco frecuente,
de la gratuidad. La salvación también. Y no es algo que se pueda
cosificar.
La Reforma nos hizo recordar algo que estaba escrito; pero que habíamos olvidado: El justo vivirá por la fe.
¿Tú necesitas que alguien te lo recuerde?
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