Perdona si te digo agur

Cada verano viajo a Euskadi. No es un secreto. Algunos pueden pensar que viajo por amor al arte y otros por trabajo. Pero no. Esas no son las razones verdaderas. Hay una sola verdad que me ronda: viajo para despedirme de la persona que fui y que en vísperas del fin de año sale a la superficie de mi epidermis para seducirme y decirme que soy bienvenido al pasado y que tenga temor del futuro. Pero me he prometido, a mí mismo y a nadie más, vivir con la alegría los días que me quedan en esta tierra, no con miedo.
Cada Noviembre peregrino a la costa más alta del Cantábrico. Y me pongo el el mismo lugar de siempre mirando al mar entre las playas de Ea y Laga. Allí donde el bosque de helechos es bajo y las moras silvestres alcanzan la carretera. Y digo que peregrino, porque hago el camino andando, sudando, desafiando al cálido sol del mediodía y el viento de las mareas. Y cuando me detengo entonces me abro la camisa y alzo las manos
Es un ritual para despedirme de esa otra persona que vive dentro de mi y que me empuja a la comodidad del pasado, a ser un conservador militante, un extremista de la certeza, un fundamentalista de la inoperancia. No es un amigo. Un amigo es otra cosa. 
Un amigo es quien permanece en silencio junto a nosotros en medio de nuestras angustias y falta de seguridades. Alguien que se ofrece, sin esperar nada a cambio, para compartir  nuestra pena y desconsuelo. Alguien que nos toma de la mano y sin palabras, pero mirándonos nos dice: Estoy aquí para enfrentar contigo tu caída. Cuando alguien te dice eso a la cara, por muy feo que sea, es nuestro amigo. Es alguien que realmente nos quiere.
Así que aquí me tienen otra vez. Frente a la isla de Izaro. Haciéndome las preguntas que en el Valle del Ebro no me puedo hacer o que no me quiero hacer. Y a tí, que vives dentro de mi de mandándome seguridad, control, poder y venganza, a ti te abro la puerta del alma para que te marches. A ti que me exiges sermones donde he de enfatizar en la culpa y el dolor, a tí,  te invito a salir fuera. Y es que que ya no soy la persona que fui.
Pero te digo más y disculpa si aparento brusquedad. Me eres un extraño. El extraño que habita en mí. Sál fuera y  paerdona si te digo: agur!

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