2 Epístola al Dios de la Justicia y la Gracia

Querido Sr. Dios:

Nínive nunca me ha gustado mucho. Todos lo saben. Incluso tú. Y no por nada en especial.. Los de aquella ciudad no me han hecho daño alguno. Simplemente que soy un nacionalista convencido. Y me resultan indiferentes los que viven más allá de mis fronteras. Con tanta riqueza ostentada. Con tanta republica institucional. Con tanta seguridad en sí mismos. Con tanta estética de provincia. Con tanta pretendida historia sobre los hombros desde hace siglos. Y con esa manera tan peculiar de hablar alargando las aes. Allá ellos. 

No, definitivamente no, Nínive no es la ciudad a donde iría a buscar un amor de esos que son para toda la vida. Así que no me pude creer tus palabras cuando en medio de la siesta me dijiste: Levantáte y vé a Nínive. Y si no me creí lo primero cómo quieres que le dé credulidad a lo segundo: Predica contra ella. ¿Yo?¿A Nínive? ¿Yo? ¿Acaso no se merecen los malos un castigo? Este Sr. Dios, me temo, que es cada día menos constante. Los tiempos en que era el mismo desde el alfa a la omega no son estos tiempos. ¿Sabes? Quizás te estás haciendo viejo y no te das cuenta. ¡Mira que pedirle a los de Nínive que se arrepientan! 

Tú ya no eres lo que eras. Ahora eres capaz de ablandarse a la primera muestra de llanto y de cenizas. ¿Pero quién necesita un dios tan poco serio en estos tiempos? ¿Tan emocional? ¿Tan democrático? ¿Sabes? Mejor me largo a Tarsis que en esta época del año tiene mejor clima que aquí en el norte. Y la mar estará en calma para hacer un viaje. Y podré dormir durante la travesía. Y nadie me molestará con amenazas de que la nave se va a partir por la tormenta. No Sr. Dios, no es tiempo de profetas. Déjame en paz. Y el que a hierro mate que a hierro muera.

Tuyo

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