Hay horas donde nadie acude a la capilla. Está en silencio. Así que entro en ella con la
esperanza que el dolor de espalda desaparezca. Y me siento. Y suspiro
hondo. Y abro la Biblia de letra gigante para leer Deuteronomio y se cae al suelo una foto de la
reina Cersei con su gato. Una fotografía que dice por el reverso: Recuerdame en tus oraciones. Y cierro los ojos. Y comienzo una oración.
Querido Sr. Dios: ¿Por quién debería orar? ¿Por mi dolor de espalda? ¿Por Cersei? ¿Por los
estudiantes que están en exámenes? ¿Por un amigo que tiene un cáncer
terminar y no se lo ha comunicado a sus padres aún? ¿Por quién empezar? Los reformados tenemos un mandamiento, no escrito, que expresa que cuando hagamos
oraciones nos pongamos al final de la fila. Así que con resignación me
pongo.
Olvidarse de uno mismo es arduo. No me gusta estar al final de todos;
pero intento ser disciplinado. Necesito priorizar a otras personas.
Necesito saber cuán necesarias son para mí. Cuando oramos por las
personas que amamos nos agarramos a la certeza de que nuestras
peticiones serán escuchadas. De que ellos serán abrazados por el Sr.
Dios. Y es que parece ser que el Sr. Dios sólo repara en aquellas cosas
que se hacen por amor.
Recuerdo mi último enamoramiento. Hacia un calor insoportable en Zaragoza, pero me daba igual. Las personas con las que me tropezaba
estaban de mal genio, pero me daba igual. No tenía suficiente dinero
para irme de vacaciones, pero me daba igual. Dentro de mí todo era
maravilloso. Es lo que tiene el amor. Lo cambia todo. Al tiempo. A las
personas. Al dinero. El amor lo soporta todo. Y si no me crees, ve y
busca a un enamorado y preguntále de qué se quejas. Te mirará con
misericordia, pues sabrás que no estás enamorado, y te responderá: Pues, de nada.
Yo digo: Amén y abro los ojos. Vuelvo al mundo. A este mundo
donde hay dolores y amores. Flores y serpientes. Donde conviven los días
de lluvía con los días de sol. Y vienes tú y me preguntas
inquisitorialmente: ¿Por quién haces oraciones? Y te miro enamorado. Y te digo al oido, para que el mundo no lo sepa: ¡Oro por tí!
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