¿Por quién hago oraciones en Enero?

Hay horas donde nadie acude a la capilla. Está en silencio. Así que entro en ella con la esperanza que el dolor de espalda desaparezca. Y me siento. Y suspiro hondo. Y abro la Biblia de letra gigante para leer Deuteronomio y se cae al suelo una foto de la reina Cersei con su gato. Una fotografía que dice por el reverso: Recuerdame en tus oraciones. Y cierro los ojos. Y comienzo una oración.
Querido Sr. Dios: ¿Por quién debería orar? ¿Por mi dolor de espalda? ¿Por Cersei? ¿Por los estudiantes que están en exámenes? ¿Por un amigo que tiene un cáncer terminar y no se lo ha comunicado a sus padres aún? ¿Por quién empezar? Los reformados tenemos un mandamiento, no escrito, que expresa que cuando hagamos oraciones nos pongamos al final de la fila. Así que con resignación me pongo. 
Olvidarse de uno mismo es arduo. No me gusta estar al final de todos; pero intento ser disciplinado. Necesito priorizar a otras personas. Necesito saber cuán necesarias son para mí. Cuando oramos por las personas que amamos nos agarramos a la certeza de que nuestras peticiones serán escuchadas. De que ellos serán abrazados por el Sr. Dios. Y es que parece ser que el Sr. Dios sólo repara en aquellas cosas que se hacen por amor. 
Recuerdo mi último enamoramiento. Hacia un calor insoportable en Zaragoza, pero me daba igual. Las personas con las que me tropezaba estaban de mal genio, pero me daba igual. No tenía suficiente dinero para irme de vacaciones, pero me daba igual. Dentro de mí todo era maravilloso. Es lo que tiene el amor. Lo cambia todo. Al tiempo. A las personas. Al dinero. El amor lo soporta todo. Y si no me crees, ve y busca a un enamorado y preguntále de qué se quejas. Te mirará con misericordia, pues sabrás que no estás enamorado, y te responderá: Pues, de nada.
Yo digo: Amén y abro los ojos. Vuelvo al mundo. A este mundo donde hay dolores y amores. Flores y serpientes. Donde conviven los días de lluvía con los días de sol. Y vienes tú y me preguntas inquisitorialmente: ¿Por quién haces oraciones? Y te miro enamorado. Y te digo al oido, para que el mundo no lo sepa: ¡Oro por tí!

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