Cosas que perdí en el aeropuerto de Moscú

La mayoría de las veces las cosas que perdemos no vuelven más. Y nos laméntamos por ellas. Y nos echámos cenizas sobre la cabeza y nos sentamos sin comer hasta que la pena pase. Y algo húmedo y salado nos recorre las mejillas. Pero el duelo pasa. Siempre pasa. Si lo sabré yo que nací en una isla. Pero otras veces, muy raramente, lo que un día perdimos regresa a nuestras manos. Y entonces la alegría no cabe dentro del pecho y sale. Como un manantial en primavera en la sierra del Escambray.

En los años noventa era muy díficil viajar de manera directa entre La Habana y Stockholm.  Creo que aun lo es. Se requería hacer una o dos escalas intermedias. Las vías a utilizar eran Air France, KLM o Aeroflot. Lo más económico era viajar a Moscú y hacer otra escala en Copenhagen. Yo utilicé la más económica: Aeroflot.

En Abril, las tardes en Moscú son frías. Oscuras. Pero la terminal B del aeropuerto de Sheremetyevo,  a treinta kilometros del noroeste de la capital de Rusia, estaba iluminada como si fuera Navidad. Era mi primer viaje a Europa. No tenía ropa de invierno. Mi equipaje de mano, mi único equipaje, consistía en dos libros, algunas fotos, un par de calzoncillos, una camisa azul de mangas largas, una corbata y una agenda negra que mi madre me había regalado y donde atesoraba las direcciones de la familia y los amigos que se habían quedado a vivir en el Trópico de Cáncer. También habían algunos poemas que había escrito durante la universidad. Era mi tesoro. Mi anillo. Cuando llegué a Suecia y abrí la mochila la agenda no estaba allí. Asi que la di por perdida entre el desconsuelo y el disgustó. Había extraviado los mapas y las contraseñas de la mitad de mi vida. De esto hace ya más de veinte años.

Pero a veces ocurren milagros. A veces las aguas del mar se abren y nos dejan pasar. A veces el barro se convierte en algo equívoco; pero con alma. A veces alguien nos dice en medio de la parálisis: ¡levántate y anda! Y no nos queda más remedio que ponernos en pie y andar. Y abrir los ojos. Y ver el mundo. Un mundo de flores y serpientes. Algunos se quejaran de las serpientes. Otros darán gracias por las flores.

Mi hermana me dice, hace unos días,  mediante un mensaje de texto que ha llegado a casa un sobre amarillo con sellos de Rusia a nombre mío. Le respondo, extrañado, que lo abra. Ahora viene lo bueno. Está tu agenda negra, me dice, y una carta. La carta esta firmada por alguien que se nombra Evgenia. Es una carta impresa en Times 14 con margenes justificados. La tinta es negra. Y dice Sr: Mi abuela encontró esta agenda hace veinte años en uno de los asientos del aeropuerto de Moscú. Terminal b. Ella era personal de limpieza en aquellos tiempos y como no sabía español la guardó  pues sospechaba que en el departamento de objetos perdidos la tirarian pasado un tiempo. Yo soy su nieta. Aprendi español antes de ir a la universidad. Y me ha tocado hacer la limpieza en su piso tras su muerte. He encontrado la agenda y le escribo a la dirección que aparece en la contraportada. Espero que Ud. viva aun. Algunos de los poemas que ha escrito me han gustado mucho. Otros me dieron esperanza. Le dejo mi correo electrónico para que me confirme que lo ha recibido. Le saludo.

Reconozco que las perdidas duelen. Todas. Y que cada uno de nosotros las expresa como puede y cuando puede. Confieso que he tenido perdidas. Pero también he sido encontrado. Ahora estoy delante del ordenador intentando hacer una carta de gratitud.

Querida Evgenia:









 






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