Estoy contento, y os juro por mi madre, que no he comido chocolate.


Los lunes generalmente amanezco cansado. Es como si en el domingo alguien se dedicara a molerme a palos o a exprimirme como si fuera una naranja para zumos. Los lunes me doy permiso para hacer lo que no haré el resto de la semana: mirarme por dentro. 
Hoy ha sido un amanecer diferente. Podría echarle la culpa al otoño que entra por el valle del Ebro acompañado por el viento. Podría, pero no lo culparé.
 
Mientras tomo el muesli con yogur y miro al ciprés del vecino valencearse rememoro el día de ayer. Fue un domingo apacible. Pude conversar con los dinosaurios sobre qué tipo de iglesia queríamos: una al estilo fortaleza de Loarre o una comunidad donde la gracia y el perdón se pudieran saludar y hasta darse abrazos. Como de la primera opción hay muchas ya en Aragón. Propuse comenzar a edificar la segunda.
 
La comunidad cristiana se ha de erigir como la última instancia de nuestras relaciones con el Sr. Dios y con los demás. Y aunque admite la disidencia y el agotar todos los canales para la restitución y la edificación de los hombres y mujeres en ocasiones se hace necesario redefinirla y enriquecerla. Es como hacer reformas en la casa.
 
Una comunidad que no logra integrar personas a sí misma tiene una incapacidad. Una dolencia. No ees completa, dirián en mi pueblo. La iglesia que se convierte en refugio de seguridad para sus miembros y no es espacio de salvación para todos está enferma. ¿Qué cómo podemos saber si una iglesia es una fortaleza o una comunidad? Hay síntomas. Hay declaraciones. Hay confesiones. Hay hechos. A veces pequeños. A veces tan grandes como una catedral. Pero ayer domingo pude entender, después de tantos años, que una iglesia que dedica más tiempo a ofrecer y a recibir perdón que a enumerar la larga lista de pecados, que nos están esperando agazapados en una esquina, es una comunidad de gracia. Y es que allí, donde hay dos o tres reunidos en el nombre de Jesús, está Jesús. Y donde está Jesús hay perdón. Y ayer domingo me sentí perdonado.
 
Si, estoy contento. No lo voy negar; pero os juro por mi madre que no he comido chocolate. Y cuando estoy contento lo único que puedo hacer es bailar. Nada nos vuelve más agradecidos que saber que nos han perdonado. Así que me mostraré agradecido al Señor de la danza. Busco a Taio Cruz en mi iPod y bailo.

Comentarios