Ayer pase por tu casa y me tiraste un limón


A Lola, a Alba y a Lucía

Hoy ha muerto Lord, el perro de unos familiares que viven en las afueras. Asi que la tristeza ha entrado en su casa sin pedir permiso. Y en la mía también.

La tristeza es muy desconsiderada siempre. Es grosera. No respeta la canícula del verano ni esos días con niebla que acabaran por llegar al valle del Ebro. La tristeza suele ser muy democrática a la vez.  Llega a todos. Y cuando mi familia está triste, pues yo también lo estoy. Pero no me preguntes por qué, es asi. Simplemente es.

La tristeza por la muerte de alguien que forma parte de nuestras vidas, aunque sea peludo y tenga cuatro patas, nunca llega sola. La mayoría de las veces viene de la mano de la soledad y del dolor. Si lo sabré yo que ya he enterrado a uno de mis gatos. Y es entonces cuando experimentamos un dolor inmenso que no se puede comparar con nada y es difícil de explicar. Al menos en castellano yo no puedo.

Pero los que aman a los animales podrán saber de lo que hablo. Lord vivíó nueve años entre nosotros. Fue feliz y nos hizo feliz. De esto no hay que olvidarse aunque ahora el dolor sea más patente que el agradecimiento. Aun recuerdo sus ladridos de extrañeza, cuando yo vestido de mago del Oriente para una representación de navidad en la iglesia, gritaba a los cuatro vientos: ¿Dónde está el Rey de los judíos? y lo único que se escuchaba como respuesta eran sus guauf, guauf, guauf

Los animales que nos acompañan durante nuestra vida, a veces tan larga y la de ellos tan corta, nos ofrecen su amor, su apoyo, y su lealtad. Y en ocasiones estas cosas son más notorias que las que recibimos de otras personas. Quizás por ellos la tristeza entra y se siente en nuestros corazones. Y lloramos. Desconsoladamente.

Una de los primeros versos que nos aprendimos los niños que nacimos en aquella isla fue: Ayer pasé por tu casa y me tirastes un limon, el limón me dió en la frente, el zumo en el corazón. Hoy un zumo de limón ha tocado mi corazón. Lo admito. Pero ahora sé que mañana habrá espacio para la gratitud. 

Querido Lord, ¡gracias!

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