La biblioteca menguante

El tiempo todo lo cambia. Y no me refiero a si hace frio o hace calor. No, estoy pensando en los años. Si, los años nos cambían. Pero no decimos esto en voz alta para que no se haga realidad. Y es que provengo de una familia donde existe la creencia de que si pronunciamos algo, en voz alta y tres veces, ese algo se hace real. No obstante, hay otra verdad entre nosotros: los cambios nos asustan. Nos hacen andar con pies de plomo. 

Hay mañanas, en las que antes de echarme agua sobre la cara y hacer la oración matutina, miro al aspejo y me pregunto quién es ese hombre que me mira desde del otro lado. Hay mañanas que no me reconozco.

El primer libro que comencé a leer fue la Biblia. Era la Biblia familiar que atesoraba la abuela materna escondida en una caja de zapatos junto a su cama. Era una Biblia gorda. Amarillenta. Sin ilustraciones. Impregnada de ese olor que deja el eucalipto cuando se ha deshidratado. Hubo un tiempo que algunos libros era mejor tenerlos escondidos en aquella isla. Y es que los libros nos cambian por dentro y eso a veces se nota por fuera. 

A medida que crecí comencé a leer otros libros. Mi madre se encargó que nunca faltaran libros en la casa y los iba dejando por las habitaciones como si fueran un perfume. Como si fueran un animal de compañía que nos sigue a todas horas. Desde entonces he leido libros para niños, libros juveniles., novelas, poesías, cartas, biografías, discursos, artículos, sermones, ensayos, pancartas, tarjas, invitaciones, proclamas, anuncios y publicidad. Mucha publicidad. La costumbre por leer es como un insecto que entra bajo la piel y se queda a morar allí hasta el día que dejas de respirar.

Pero el tiempo también cambia nuestros deseos. Nuestros anhelos. Nuestros sueños. Por cambiar, el tiempo cambia hasta nuestra geografía. Durante muchos años he estado acaparando libros. Pues sentía envidia la la biblioteca del pueblo donde nací. La Mimi Fortún. Pero cada vez que cambiaba de país tenía que comenzar de cero la biblioteca. He tenido habitaciones atiborradas de libros. He poseido libros que he amado con ese amor que todo lo cree y que todo lo soporta. He tenido libros que me han trastornado tanto que los he comprado repetidamente para regalar a las personas que me han iluminado en medio de las oscuridades de la vida. He tenido libros que me han hecho llorar. Que me han empujado a enamorarme. Libros que me han abierto los ojos.

Pero han de saber algo. Ya he dejado de almacenar libros. Ahora en mi casa hay muchos espacios vacios. Y es que ya no soy el hombre que fuí aunque los amigos de Placetas me digan por facebook que estoy igualito que cuando vivía allí. Los amigos ven cosas que otras personas no pueden ver.

He de confesar que hace años que ya no escribo mi nombre en los libros cuando los compro. Tampoco después de leerlos. Ahora simplemente los leo y me despido de ellos como si fueran un peregrino que va a iniciar un viaje alrededor del mundo y que no sabes cuándo volverás a ver. Han de saber que vengo de una tradición donde las despedidas son importantes. Y la mejor palabra para decir adiós es gracias.

Ahora mi biblioteca está menguando, pues todos los libros que leo los dono a la biblioteca pública, que está en la calle Doctor Cerrada de Zaragoza, para que tengan una segunda oportunidad. Y es que que vengo de una teología donde las segundas oportunidades son importantes. Necesarias. Urgentes. 

Si, el tiempo nos cambia. Pero no lo diré en voz alta para que nadie se asuste.

Comentarios