Yo estoy lejos de casa


Cuando era niño en Placetas se decían muchas cosas. Se decía, por ejemplo, que si no te comías la comida vendría El Hombre del Saco,  o que las mejores naranjas de la zona las vendía Masilla en el Callejón de Tarrao. También se decía que se tenía nostalgia cuando pasabas muchos días pensando en los tiempos pasados. Mi abuelo materno era un nostágico. Mientrás vivió siguió cuidando las vacas en la Loma de la Balet como si el tiempo se hubiese detenido en aquella isla.

Mucha gente de la Villa de los Laureles no sabe que la palabra nostalgia fue inventada
por un médico suizo a finales del 1600, mucho antes que Placetas existiera y que originalmente se usaba para dar un diagnóstico médico a los soldados que pasaban mucho tiempo lejos de su casa y que cuando se reunían alrededor de una mesa sólo hablaban del lugar donde habían nacido, de las comidas que hacían sus madres y que cosas hacían en su infancia.
Hoy en día, la nostalgia describe un anhelo agridulce por el pasado. Es algo muy biológico. Una especie de pena por la distancia. Un sentimiento de pérdida. Un traer al presente lo que fue o lo que un día poseímos. Pero la nostalgia, se quiera o no, es también, la certeza de lo que ya no está. La nostalgia se muestra de muchas maneras y en muchas geografías. 
Sabrás que eres un nostálgico cuando cocinas arroz con frijoles y yuca frita una vez al mes cerca de la frontera con Francia y un olor a comino invade tu casa. Sabrás que eres nostálgico cuando buscas en youtube a Tito Goméz cantar Vereda tropical y lo ves una y otra vez hasta que se te cura el nudo que tenías en la garganta. Sabrás que eres nostálgico cuando llenas tu perfil de facebook de fotos de la antigua Colonia española, o del hotel las Tullerías, o de la Estación Norte, o del parque, o de esa esquina donde se levanta hacia el cielo la iglesia católica.

Sobre mi no diré mucho hoy. Un tenue sol entra por la ventana e ilumina mi mesa de trabajo. Estoy agradecido. En realidad yo estoy lejos de casa, como aquellos soldados; pero no añoro el pasado. Añorar el pasado nunca ha curado ninguna de mis heridas ni me ha hecho mejor ciudadano.
Por eso, cuando esta mañana un amigo puso en su perfil una foto de Placetas desde el punto más alto de los Elevados le respondí: ¡dichoso tú! Y es que desde ese lugar se ve todo el pueblo y sabes que después de cruzar ese punto tienes la certeza de que ya estás en casa.
Alguien me preguntó hace algunos días si añoraba al pasado. Y ahora puedo responder con el corazón en la mano. No, al pasado no lo añoro. Y en realidad a quien añoro es a la familia.


Comentarios