Vivir el presente
nunca es sencillo. Y es que en nuestro mundo las cosas sencillas se han tornado
escasas. Poco habituales. El presente es esa estación que está entre el pasado
y el futuro. Y tanto el pasado como el futuro hostigan al presente sin
misericordia alguna.
En el pasado atesoramos, donde no llega la luz del sol, nuestros
errores y la culpa. Mientras que en el futuro es donde escondemos las inquietudes y la neurosis
y lo sabemos porque hay noches cuando no podemos dormir. Cuando los ojos están tan abiertos.
Si, el pasado y el futuro nos molestan. Nos hacen que vivamos incómodos. Es como caminar con una piedra en un zapato o
con una espina encarnada en un dedo.
Pero al pasado no lo
podemos cambiar ni tú ni yo. Hemos vivido lo que hemos vivido. No pudimos
escoger a nuestros padres como no pudimos elegir la tierra donde nacimos. Y el
futuro, bueno el futuro es lo que aun no ha llegado. Es lo que está más allá
del horizonte. Lo que no vemos todavía. Así, que lo único cierto, lo único
real, lo único palpable que tenemos entre las manos, como si fuera un regalo,
es el presente. Es el aquí. Es el ahora. Es donde nosotros respiramos.
A la pregunta: ¿Dónde
está el Sr. Dios? Tengo que responder: El Sr. Dios está en el presente.
Siempre. Y no importa mucho si este momento es de nuestra culpa o de nuestra inquietud.
El está aqui. ¿Recuerdan cuando Jesús mencionaba al Sr. Dios? ¿Cómo lo hacía?
Lo traía al presente. Cuando Jesús andaba por el monte el Sr. Dios andaba por
el monte. Cuando Jesús partía el pan el Sr. Dios partía el pan. Los cristianos
cantamos que el Sr. Dios es El que hizo o es El que hará, también que también
cantamos que es El que es. Pero esto último, algunos lo hemos olvidado.
Quizás ahora, podamos
entender porque Jesús se empecinaba una y otra vez en que soltáramos las anclas
del pasado y los equipajes para el futuro. Que camináramos sin cargas. Y es que
albergaba la certeza de que sólo con las manos vacías estaríamos en condiciones de
encontrarnos con el Sr. Dios en el presente.
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