El mundo de mis abuelos era un mundo de blancos y de negros.
En el de mis padres entraron algunos tonos de grises. Mi mundo tiene muchos
colores. Pero estos mundos tienen algo en común: en todos ellos se afirma con rotundidad que
hay un tiempo para la alegría y hay otro diferente para el dolor. En otras
palabras, se nos dice que no se puede
estar contento y a la vez experimentar una pena. O viceversa, que no se puede
estar en medio del dolor y mostrarle los dientes a otra persona.
Vivimos en medio de una cultura que hace todo lo que
está a su alcance para evitar los mestizajes emocionales. Para borrarlos de
nuestro paisaje. Vivimos en una época de apariencias. De muchas exigencias. Has
de mostrarte triunfador, optimista, con todas las dudas resueltas. Y todo esto
siempre. Las veinte cuatro horas del día.. Pero a la vez has de esconder bajo
siete llaves la tristeza y la derrota. Donde nadie las vea.
Pero Jesús hace todo lo contrario a lo que hace mi
mundo, a lo que hace el mundo de mis padres, a lo que hizo el mundo de los
abuelos. Y parece que lo hace con toda la intencionalidad. Jesús enseña y
práctica otro estilo de vida. Un estilo de vida donde la línea entre la alegría
y el sufrimiento es muy tenue. Si es que existe alguna vez. Comienza su
ministerio público convirtiendo agua en vino para una fiesta y lo acaba colgado
de una cruz en Jerusalén. Un domingo entra a la ciudad santa entre gritos de
aclamación y de respeto y cinco días después se le insulta y se le condena a
muerte.
Jesús muestra otra manera de vivir. Una manera que no
alimenta el utilitarismo. Una manera que nos resulta extraña. Pero que a la vez
se ha convertido en la única manera que nos permite abrazar nuestros dolores
con la esperanza de que un día algo
bueno y noble surgirá de todo ello.
Quizás ahora no podemos ver con los ojos de la fe.
Pero la alegría vendrá, porque está en algún lugar del horizonte. Quizás ahora
sólo podemos secarnos las lágrimas que corren por las mejillas, pero un día se
hará una fiesta por nosotros, y nos pondremos una ropa nueva y nos dirán: ¡Bienvenido a casa!
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