Queridos discípulos


 Juan 20: 19-22

Querida discípulos:

Sin paz no hay Espíritu Santo.

Estos son tiempos difíciles. Es difícil cuando tenemos que mantener distancia entre nosotros. Es difícil cuando los bancos están vacíos. Pero una cosa sigue siendo muy fácil: proclamar la Palabra. Anunciar la Palabra es el único medio de gracia que no está vinculado de alguna manera a interacción física entre nosotros. Cuando todo lo demás parece perder eficacia, las ceremonias, los ritos y las liturgias, la proclamación de la Palabra permanece. Es allí donde buscamos consuelo y esperanza. Donde encontramos fortaleza para nuestra fe.
Si el domingo anterior hablábamos de la Resurrección en una zona de sepulcros en las afueras de Jerusalén hoy el escenario se traslada a una casa dentro de las murallas. Los discípulos tienen temor a las represalias y se esconden. La puerta está bien cerrada. Pero Jesús está en medio de ellos. Podríamos buscar una interpretación que intentará explicar lo ocurrido, pero ahora eso no es importante. Lo realmente trascendente es que cuando los discípulos están decaídos Jesús aparece.
En este pasaje de Juan, Jesús es el único que habla, los discípulos simplemente oyen su voz y reciben el mensaje.  El mensaje consiste en dos partes comenzando con la misma palabra: Paz.  Esta es una palabra cotidiana pues se emplea como una salutación, pero también funciona como una bendición, una rogativa por el bienestar de los presentes. En la presente condición que se encuentra el grupo de discípulos, la salutación se convierte para ellos en una promesa de un futuro diferente. La palabra paz no solo es ausencia de guerra sino que en el sentido judío incluye mucho más que eso. Incluye la idea de bienestar total para la vida: salud física y emocional, buenas relaciones con los vecinos y con el Sr. Dios, y bienestar espiritual.
Repitiendo la salutación-bendición, Jesús dice Como me envió el Padre, así también yo os envío.  Ésta declaración es de suma importancia en el evangelio de esta mañana, y en realidad para la historia de la iglesia a través de los siglos.  En el cuarto evangelio Jesús se identifica a si mismo como el enviado de Dios y los verdaderos discípulos son los que creen que Jesús es el enviado de Dios. El Mesías.
Al final del texto vemos a Jesús hacer algo inusual: sopla sobre el grupo de discípulos, para que estén capacitados para la obra que fueron comisionados.  Jesús sopla y notifica a los congregados que reciben el don Espíritu Santo como comunidad de fe.
En esta estación difícil, hay cristianos entre nosotros que necesitan ser confirmados porque las dudas y la desesperanza le tienen atrapado el corazón.  Algunos obtienen esa confirmación simplemente por escuchar la Palabra. Otros necesitan escucharla y verla. Y aún hay otros que necesitan ver, oír y tocar.
Pero para los primeros, para los segundos y, aun, para los terceros tenemos una certeza que compartir: Jesús no pretende que viajemos solos. Viajar acompañados nos cambia radicalmente el significado de todo viaje. Nos pone delante de un camino. De una misión. De ser una comunidad. Ahora tiene mucho sentido para nosotros las palabras de Jesús de que allí donde hubiesen dos o tres en su nombre, él estaría allí. Ahora estas palabras se han hecho una realidad entre nosotros. Juntos podemos protegernos los unos a los otros, aunque estemos separados. Juntos podremos hablar de lo que el Sr. Dios ha hecho con nosotros, aunque nos falten las palabras. Juntos podemos curarnos con los dones del Espíritu Santo.
En nuestras soledades podremos confesar que estamos sedientos, cansados, y hasta heridos; pero cuando nos volvamos a reunir podremos cantar. Y cantaremos que Jesús es nuestra paz y que el Espíritu Santo es el río que quita nuestra sed.
Queridos discípulos: ¡Son tiempos difíciles; pero la paz sea con todos Uds!

En el nombre del Padre, y el  Hijo, y el Espíritu Santo. Amén.

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