¡Quédate con nosotros que la noche viene!

sobre Lucas 24: 28-32

Una de las cosas que hace que el relato, de esta mañana de abril, de Lucas sobre el ministerio de Jesús y la iglesia sea tan convincente es que la historia que se nos cuenta  puede encajar bien con nuestras experiencias de vida. A pesar de nuestra situación de confinamiento actual, hemos sido criados con la expectativa de la libertad de movimiento. Y confesamos que nos gusta ir de aquí para allá y de allá para acá.
Pero no nos dejemos llevar por las primeras impresiones, Lucas  desafía nuestro sentido de cómo funcionan las cosas, incluso cuando cuenta el relato de estos dos discípulos desanimados que se encuentran con el Cristo resucitado en el camino de Amaús. El primer desafío que podemos apreciar está en el cómo Lucas establece la historia: Jesús está caminando con dos discípulos, pero ellos no lo reconocen. Lucas nos dice que sus ojos no pudieron rememorarlo. Varios comentaristas bíblicos han visto es esto la acción del propio Dios. Dicen que es Dios quien estaba obstaculizando su vista como lo había hecho anteriormente en el relato del éxodo con el Faraón.

Sin embargo, si hurgamos un poco más debajo de la superficie, el texto nos hace algunos guiños. Parece que hay muchos culpables a la hora de no reconocer a Jesús en el camino: los discípulos no están muy familiarizados con las Escrituras, están desesperados y dolidos por el aparente final de su maestro, y han tomado la iniciativa de huir no están donde está la acción, en Jerusalén.

Recordemos la narración de Jonás, al que se le pidió que fuera a Nínive, pero Jonás tiene otros planes, pretende ir en la dirección opuesta. Esto es lo que hacen los discípulos, van en otro sentido, están huyendo de la ciudad de Jerusalén, rumbo a su pueblo. Pero aquí no hay una tormenta ni una criatura marina que se pueda tragar a Jonás para encausar la misión. Aquí es el mismo Señor resucitado quien aparece en la calzada junto a los discípulos para abrirles los ojos, para hacerles dar la vuelta, para volver sus caras hacia la misión encomendada.
En este encuentro, Jesús logra superar la ignorancia de los discípulos, su desesperanza y su libertad de movimiento. Primero, explica las Escrituras, mostrando a sus discípulos cómo el Sr. Dios obra en el mundo. Luego les bendice a través del pan en una comida que se celebra en comunidad. Y finalmente, los ayuda a recordar quiénes son realmente, y ese recuerdo los motiva a volver a donde deben estar.
A lo largo de nuestras vidas encontraremos que algunas historias son cíclicas. Como fue con esos discípulos, así es con nosotros. Nosotros somos los que andamos por los caminos con sentimientos de pérdidas. Desconsolados. Escollados por falta de conocimiento sobre la misión a la que hemos sido llamados. Avasallados por las emociones e intentando llegar a casa para sentirnos seguro. Como si estar encerrados en un lugar fuera garantía de tener paz.
Permítanme ser repetitivo, como sucedió con los primeros discípulos, así es con nosotros aquí y ahora. El verdadero poder de la Resurrección es que proclama que Jesús no está limitado a un tiempo o lugar específico. Él tiene poder y puede estar presente entre nosotros para enseñarnos, `para bendecirnos y para hacernos girar el rostro a aquellos lugares donde se necesita nuestra presencia. Nuestro testimonio.
En este momento, cuando nuestro mundo nos invita a escondernos o después cuando se nos exhorte a vivir corriendo de un sitio a otro y cuando todo esto pase y nos planificamos viajes para ver otra realidad distinta a la que tenemos, es aquí y ahora cuando se nos está invitando a hacer un alto en el camino, a tomar aire y a examinar una herramienta que tenemos entre las manos: necesitamos hacer una parada para que nos calienten el corazón. Necesitamos sentarnos a la mesa. Necesitamos ser consolados.
O dicho en otras palabras, cuando le decimos a Jesús que se quede con nosotros es que llegamos a ser competente en las Escrituras, es que logramos apreciar el hecho de compartir el pan y el vino y que nos podemos mostrar agradecidos por la comunidad que lo rodea. Solo cuando todo esto acontece es entonces que estamos en condiciones de ir a donde nuestro Señor nos indique. Pero esto no se logra de la noche a la mañana. Encontrarse con Jesús en medio del camino e invitarle a nuestra casa es un proceso lento. Mucho más lento de lo que a muchos nos gustaría aceptar.
Somos invitados a caminar con nuestro Señor y Salvador, y después de declarar nuestro credo, es que tenemos la certeza de que ha resucitado y se ha lanzado al camino. Somos invitados a dejar que su sabiduría nos guíe como si fuera un remolino de polvo en medio de los caminos. Somos invitados a declamar estos días una sencilla oración. Es como un canto que hacemos para ahuyentar los temores:


Quiero verte, Señor, en el principio y en el fin,
en el camino de la vida.
Tú eres el que da comienzo a nuestro viaje,
Tú eres la fuerza cuando estamos cansados                                    Tú vas delante de mí                                                                            y tienes paciencia conmigo
Tú eres la alegría cuando avizoramos la meta.
Sólo Tú nos sostendrás.

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